La alarmante
noticia que en estas semanas ha saltado a los medios de comunicación y redes
sociales sobre un caso de maltrato en una residencia de personas mayores de
Madrid nos ha conmocionado.
Las duras
imágenes grabadas en vídeo que hemos visto nos muestran la crueldad que el ser
humano puede albergar y volcar ante personas indefensas que necesitan ser
cuidadas por otros.
Un suceso que
está generando opinión en los distintos actores y ante el cual están surgiendo propuestas diversas
para evitar, controlar y actuar ante estas situaciones.
Sin duda,
hace falta intervenir. Pero hemos de hacerlo desde una mirada
reflexiva amplia que no se quede en aspectos parciales obviando la complejidad
de este asunto.
Un lamentable hecho que
sin ser representativo del cuidado residencial, apela no solo a la compleja
naturaleza del ser humano, donde convive lo más noble y lo más abominable, sino
a la necesidad de revisar en profundidad el actual modelo de atención en estos
centros.
La Organización Mundial de la Salud ha realizado distintas manifestaciones
al respecto. Concretamente en la Declaración
de Toronto (2002) se propuso una definición
sobre el mal trato en personas mayores que ya se ha convertido en referencia. Según esta definición, el mal trato a personas mayores es “la acción única o repetida, o la falta de la respuesta apropiada, que
causa daño o angustia a una persona mayor y que ocurre dentro de cualquier
relación donde exista una expectativa de confianza”.
El maltrato
incluye distintos tipos de actuaciones, entre los cuales cabe citar el maltrato físico, el psicológico, el sexual, el económico y
la negligencia o abandono. Todos ellos pueden darse tanto en el ámbito familiar
como en el ámbito profesional o institucional. Dentro de ellos, el maltrato psicológico, que ya ha sido tratado en este blog
en el post que escribió Sacramento Pinazo es complejo, puede ser muy sutil y, por tanto, el más difícil de identificar y constatar.
En este post
intentaré destacar algunas de las cuestiones principales que considero deben orientar
la necesaria reflexión que ahora nos ocupa.
El maltrato en instituciones, un fenómeno complejo
y grave pero todavía poco conocido
El maltrato a
personas mayores en instituciones es un
fenómeno poco documentado. La mayor parte de los trabajos de investigación
se han centrado en el maltrato en el ámbito familiar. Quizás el motivo
principal es la falta de cooperación de los centros para abrir sus puertas a un asunto hacia el que,
por muchas y variadas razones, vale más no mirar.
En España no
se han publicado hasta la fecha estudios sobre al mal trato a personas mayores
en centros. Las investigaciones realizadas en otros países, tomando como
referencia el artículo publicado por Sacramento Pinazo
(2013) llegan a la conclusión de que
entre el 11% y el 91% de los profesionales en las residencias han observado
incidentes de maltrato físico, psicológico o negligencia llevado a cabo por
otros profesionales y entre el 2% y el 87% admite haber realizado estas
conductas (Pillemer y Moore, 1989, en USA; Saveman, Astrom, Bucht y Norberg,
1999, en Suecia; Goergen, 2001, en Alemania; Malmedal, Ingebritsen y Saveman,
2008, en Noruega).
Que no
tengamos datos de nuestro país no quiere
decir que no exista. Los hechos recientes hablan por sí mismos. Como bien
señala la experta en este tema Mercedes Tabueña, aunque se desconoce la dimensión
real del problema, nos encontramos ante un
fenómeno complejo, multifactorial, serio y muy grave.
No es cuestión solo de unos cuantos “garbanzos
negros”
Tomando como
referencia la revisión realizada por Gema Pérez y Alejandra
Chulián (2013), cabe citar un amplio listado de factores que distintos estudios han identificado como predictores de maltrato institucional:
-
La
no existencia de una política de prevención en la institución de los malos
tratos(NCEA, 2005)
-
La
mala organización del trabajo (Buzgová y Ivanová, 2009)
-
La
normativa del centro (Buzgová y Ivanová, 2009; CGPJ, 2009)
-
La
escasez de personal (Natan, Lowenstein y Eisikovits, 2010; Buzgová y Ivanová,
2009; NCEA, 2005; Goergen, 2001; Clough, 1999)
-
La
alta rotación del personal (Natan, Lowenstein y Eisikovits, 2010; NCEA, 2005;
Clough, 1999)
-
La
inadecuada selección de los empleados (NCEA, 2005)
-
La
falta de controles e inspecciones (CGPJ, 2009)
-
La
cultura de la institución (NCElA, 2005)
-
Las
bajas laborales (Clough, 1999)
-
La
falta de supervisión (Clough, 1999)
-
El
alto número de residentes en el centro (Jogerst et al., 2006; Lowenstein, 1999)
-
La
falta de tiempo para la atención de los mayores (National Center on Elder
Abuse, 2005
-
Directores
poco profesionales (National Center on Elder Abuse, 2005; Clough, 1999)
-
Un
diseño ambiental no adaptado a las
necesidades de las personas mayores (CGPJ, 2009; National Center on Elder
Abuse, 2005
-
Los
problemas personales de los trabajadores y el
burnout (Natan, Lowenstein y Eisikovits, 2010; Pillemer y
Brachman-Prehn, 1991)
-
La
falta de formación (Schiamberg et al., 2011; Buzgová y Ivanová, 2009; CGPJ,
2009; National Center on Elder Abuse, 2005)
-
La
falta de vocación (Tellis-Nayak y Tellis-Nayak, 1989)
-
Presiones
en el trabajo (Pillemer y Brachman-Prehn, 1991)
-
Haber
sido testigos de malos tratos por otros trabajadores y creer que es una norma
social de la institución y que ese trato es esencial para la integración en la
cultura organizacional (Natan, Lowenstein y Eisikovits, 2010; Payne y Cikovic,
1995)
-
Carga
de trabajo (Schiamberg et al., 2011)
-
Ser
agredidos por los residentes (Astrom, Karlsson, Sandvide, et al., 2004)
-
El
alto consumo de alcohol (Clough, 1999)
Este y otros
trabajos evidencian que los factores de riesgo de maltrato en instituciones son
diversos y ponen de manifiesto la complejidad del tema. Un fenómeno que no puede ser comprendido solamente
desde los factores individuales porque también existen otros de índole
organizacional vinculados a la cultura de la institución, que inciden en la
aparición de estas conductas y que, en cierto modo actúan como desencadenantes
o facilitadores de la deshumanización y del mal trato.
No podemos
llegar a la conclusión de que el maltrato es atribuible en exclusiva a la
maldad del ser humano o de “unos cuantos garbanzos negros”. Por tanto, el
objetivo no debe limitarse a identificar/controlar/eliminar
a los “profesionales perversos”. El maltrato institucional tiene que ver
también con los modelos de atención y organizativos existentes en los centros.
Avanzar hacia modelos residenciales comprometidos
con el Buen Trato y Tolerancia Cero al trato inadecuado
Nuestra
obligación como responsables, públicos y privados, como profesionales, como
familiares y como usuarios de los servicios es no dejar sitio a la mala praxis.
Incluso cuando ésta se considera de baja intensidad o se tiende a justificar
como algo normal o irremediable.
Esto puede
lograrse avanzando hacia el compromiso con
la cultura del buen trato, defendiendo la Tolerancia Cero a todo lo que no lo sea, teniendo claro que las competencias técnicas/procedimentales deben integrarse y supeditarse a las competencias relaciones y éticas. Para ello es
necesario un enfoque reflexivo en los equipos y definir con claridad cómo se concreta el buen trato en la práctica cotidiana.
Creo que es
la mejor forma de abordar un tema tan grave y complejo como el que lamentablemente
estos días nos ocupa.
Ciertamente
no podemos pensar que el maltrato es algo habitual en los centros
residenciales. No debemos generar una desconfianza general hacia los centros
residenciales ni a sus responsables y profesionales.
Sin embargo,
si de este caso debemos aprender algo, es que algunos centros pueden llegar a
convertirse en lugares de alto riesgo para un trato inadecuado y, poco a poco, ir propiciando un caldo de cultivo ideal para actuaciones de mal trato de diversa intensidad y tipología.
La intervención debe ser global y multinivel, y a ser posible, temprana. Implicarse con el Buen Trato significa
conocer y promocionar prácticas (técnicas y relacionales) que respeten a la persona
mayor, que la consideren un sujeto de dignidad y, por tanto, con derecho a ser
considerada, respetada desde su diferencia y
sus valores individuales.
Para evitar la
peligrosa normalización de la praxis
inadecuada (que no es otra que la que se aleja del buen trato) debemos
intervenir apostando y haciendo
efectiva una cultura ética del BUEN
TRATO en los cuidados, en diferentes niveles y atendiendo a distintos aspectos. Señalo, seguidamente, algunos que considero de especial relevancia.
a) En
los profesionales individuales.
Cuidando su selección, acompañándoles en su llegada al servicio y supervisando el
correcto desempeño de sus cometidos. Apoyando su formación y dándoles asesoramiento.
No escatimando en recursos materiales ni en el tiempo necesario para ofrecer un cuidado
integral (que no solo tiene que ver con la asistencia física y sanitaria).
b) En
los equipos. Logrando
un compromiso grupal de tolerancia cero al trato inadecuado. Asumiendo una
responsabilidad compartida con el buen trato y posicionándose con claridad frente a todo lo que del mismo
se aleje en las prácticas cotidianas.
c) En
los responsables de los centros.
Seleccionando directores/as y responsables o coordinadores de unidad o planta
que sean auténticos ejemplos, líderes, apoyos y difusores del buen trato. El
director/a y los mandos intermedios son figuras clave para desde un liderazgo
transformacional y compartido, generar equipos comprometidos con el buen hacer.
d) En
el centro u organización.
Concediendo importancia a la formación reflexiva, a la mirada ética en la
definición de la calidad asistencial, a la supervisión desde el apoyo de los
profesionales. Dando tiempo para ello sin pensar que esto es un lujo sino la
inversión que el centro precisa para evitar malas praxis apostando por una
calidad centrada en las personas.
e) En
las personas mayores. Informándoles de sus derechos y de sus deberes. Dándoles poder sobre su vida cotidiana y apoyando su participación en su atención. Dando respuestas a sus problemas yendo
más allá de la justificación y el amparo en el cumplimiento de la normativa
vigente.
f) En las familias. Acogiéndolas como colaboradores en el cuidado. Fomentando y posibilitando cauces formales para que participen en el centro. Escuchando y dando respuesta a sus preocupaciones. Evitando etiquetarlas de "familias conflictivas" cuando nos hacen llegar sus críticas. Actuando con transparencia. Convirtiéndolas en aliadas de una cultura de buen trato.
f g) En
los responsables del control público.
Adquiriendo un firme y decido compromiso con el impulso del buen trato y con la mejora del actual modelo
residencial. Llevando a cabo evaluaciones de la calidad de la atención que
vayan más allá del cumplimiento de las obsoletas normas centradas en el papel
más que en las personas.
Según vemos, tratamos
Dentro de
este abordaje global y multinivel, un aspecto esencial es la mirada
(consideración) a las personas mayores y, especialmente, a quienes precisan
cuidados por su situación de dependencia.
El trato
inadecuado procede del no reconocimiento
de la dignidad (el valor intrínseco que tiene todo ser humano) en la
persona mayor que necesita cuidados. La
desconsideración o falta de respeto parte de la ceguera hacia el valor de las
personas. Porque solo podemos tratar bien aquello que apreciamos, solo podemos cuidar bien a
quien otorgamos valor.
Si vemos solo cuerpos, si solo nos centramos en el
deterioro, en la enfermedad, en la dependencia, en las alteraciones, en la carga
o en la falta de competencia será muy difícil que tratemos a las persona con aprecio y consideración. Quizás,
el hecho de llegar a sentirnos víctimas de la carga laboral puede hacernos reaccionar con ira y menosprecio
hacia las personas que infravaloramos. Porque según vemos, tratamos.
Por ello hemos de dar importancia a la mirada, a aprender a mirar y reconocer el valor
de las personas, especialmente cuando éstas tienen un deterioro cognitivo avanzado. Una mirada que difícilmente puede
activarse y cultivarse en los y las profesionales si la propia organización no
la tiene, la lidera y la alimenta.
El control por parte de las administraciones
públicas
Este duro y
lamentable suceso también debe llevarnos a la reflexión sobre cuál debe ser el objetivo prioritario de
las inspecciones que se realizan en los servicios por parte de las
administraciones públicas.
Las
inspecciones deben cumplir un doble objetivo en los centros: el control de las condiciones
exigidas y la orientación hacia la mejora.
Es muy difícil
poder llegar a constatar en un acto de inspección la existencia de mal trato.
Sin embargo, si ampliamos el zoom hacia la evaluación de la calidad, yendo más
allá de la norma y de la comprobación de papeles, sí es posible identificar y reforzar los elementos clave para el buen
trato así como la ausencia de los mismos y alertar del riesgo de un trato inadecuado.
Desde esta
mirada a la evaluación es posible advertir, asesorar y acompañar a los
servicios hacia un compromiso con la promoción del buen trato.
Cámaras en las residencias ¿es la solución?
No lo
creo. Es más, me alarma escuchar que esta
alternativa toma peso en el sector residencial como respuesta al maltrato. Una
medida que choca con algunos valores implicados en el buen trato. Me referiré a
los principales argumentos que cuestionan, desde una perspectiva ética, el uso de estos
dispositivos en los centros.
En primer
lugar, no se puede ignorar que instalar de una forma generalizada cámaras en
las residencias limita la intimidad de las personas, aun cuando
éstas sean autorizadas por las personas mayores o sus familias. Una medida
que aunque tenga cobertura legal supone una intromisión importante en la
privacidad de las personas y en su vida cotidiana. Lo legal no es lo mismo que lo ético,
incluso en ocasiones puede confrontar con ello.
En segundo
lugar, porque vivir entre cámaras no parece facilitar las relaciones basadas en la confianza. Y el buen cuidado, el buen
trato, se caracteriza fundamentalmente por construir relaciones interpersonales
basadas en la confianza, entre quienes cuidan y quienes reciben los cuidados
(personas mayores y familias). Difícil lograrlo con cámaras por medio.
En tercer
lugar porque señala negativamente
al conjunto de profesionales que cuidan de las personas mayores. Genera una duda injustificada sobre ellos y ellas, lo que no parece un buen ingrediente para generar compromiso y apelar a la responsabilidad técnica y moral
sobre el buen hacer de quienes dispensan cuidados.
El necesario
control sobre un correcto desempeño de la labor profesional de quien presta
cuidados debe hacerse desde el apoyo, la formación y el acompañamiento. La
propia organización debe liderar modelos de buen trato donde el trato
inadecuado no sea admisible y, por supuesto, siendo inflexible ante quienes transgredan
ciertos límites.
Seguramente
habrá quien ahora esté pensado que esto es bonito, pero que es utópico, que es
imposible. Habrá quien vea y defienda la
instalación de cámaras como un mal menor. Pero cuidado con pensar que es una
buena solución, ya que no es una medida inocua al poner en riesgo otras cuestiones también importantes en el buen trato.
La necesidad de dignificar la profesión de cuidar
Para
finalizar este post quiero destacar con firmeza que la cultura gerontológica
del buen trato requiere de buenos profesionales, formados, comprometidos, implicados,
pero también apoyados y reconocidos. Porque son personas las que cuidan a otras
personas.
Muchos y
muchas profesionales están sin duda en este compromiso. El sistema actual, sin
embargo, lo pone difícil. Las ratios escasas, los sueldos bajos, una formación
todavía muy centrada en la patología y en cuidados asistenciales, la insuficiente
consideración social y algunas organizaciones corto-placistas que priorizan por encima de todo el
beneficio económico sacrificando otros valores, ciertamente no facilitan este compromiso.
Es necesario
dignificar la profesión de cuidar, y especialmente de quienes acompañan de un
modo continuado, los y las auxiliares o gerocutores/as, indispensables para una atención
personalizada. La responsabilidad implícita en el cuidado de otras personas es siempre
alta y la profesionalización que ello requiere también. Para ello se
necesita tener, desarrollar y mantener distintas competencias, como ya se ha
dicho competencias técnicas pero fundamentalmente relacionales y éticas. Esta
profesión requiere de exigencia y compromiso pero también de apoyo y
reconocimiento (a distintos niveles, incluido el económico).
Espero que
este tristísimo suceso sirva, al menos, para generar reflexión y activar planes de
acción bien fundamentados que contemplen la complejidad de la buena atención
residencial, que no puede ser otra que la que ponga en el centro a las personas
(personas mayores, familias y profesionales) respetando su dignidad.
Para acabar,
quiero felicitar una vez más a los y las profesionales, servicios, centros,
organizaciones e instituciones que avanzan con autenticidad, compromiso y rigor
hacia lo que a mí me gusta llamar “Organizaciones
amigas de las personas”. Un término que pretende alinearse con los
movimientos y propuestas de entornos amigables con las personas en el que
distintas entidades de reconocido prestigio, como la propia OMS, difunden para señalar la necesidad de
planificar e integrar actuaciones globales que ponen en el centro a las
personas para mejora la calidad de vida de éstas y lograr entornos sociales de
mayor integración social y, por tanto, más justos.
Afortunadamente,
cada vez existe mayor consciencia y evidencia de que apostar por modelos de atención centrados en las
personas es el mejor
camino para prevenir el maltrato y para permitir que las personas (personas
mayores, familias y profesionales) convivan en espacios de bienestar común
donde se respete su dignidad, sus derechos y sus valores individuales.