El 15 de
junio ha sido declarado por Naciones Unidas, como el Día Mundial de la Toma de Conciencia del Abuso y Mal trato en la Vejez, con el propósito de sensibilizar y alertar sobre este grave problema a la población mundial.
El maltrato
en la vejez es un asunto multidimensional y lleva siendo objeto de atención y estudio desde hace décadas. En esta entrada quiero referirme al lenguaje cotidiano, un
elemento de enorme trascendencia pero todavía bastante ignorado en la consideración
de las personas mayores y, en consecuencia, un potencial canalizador del buen o del mal
trato.
El lenguaje, espejo de nuestras creencias sobre la vejez y sobre
las personas mayores
El lenguaje
es el principal vehículo de nuestro pensamiento. Nuestras
palabras reflejan las creencias que tenemos sobre el mundo. Dan cuenta de nuestra consideración de la vejez,
de la discapacidad, de las personas mayores y del buen cuidado. Muestran la presencia o ausencia de reconocimiento a la dignidad inherente a todo ser humano. Sabemos, también que el pensamiento va ligado a las emociones y ambos influyen en el comportamiento.
Nuestras palabras son importantes en todos los ámbitos de la vida, pero resultan de especial relevancia en las personas y en los grupos especialmente vulnerables. Sobre ello publiqué ya hace tres años un artículo en este mismo blog titulado Las palabras sí importan, que a su vez es un taller de formación reflexiva que vengo desarrollando con profesionales dedicados al cuidado de las personas en situación de dependencia.
El lenguaje
que utilizamos para referirnos a las personas de más edad, a menudo, muestra
una mirada impregnada de los numerosos estereotipos que se atribuyen a este grupo por el mero
hecho de tener una edad avanzada. Características con frecuencia altamente negativas que etiquetan al conjunto de personas mayores como enfermas, dependientes, con falta de competencia e incapacidad para aprender. Atributos que las muestran como si fueran niños, siempre frágiles, indefensas, aisladas y desprotegidas. Todo ello desde una
apreciación de uniformidad, como si el hecho de llegar a una edad actuara a modo de borrador de las diferencias individuales y nos convirtiera, de repente, en alguien “que ya es mayor” y, por tanto, necesitado de protección permanente. La edad, entonces, se muestra como una circunstancia capaz de explicar casi todo
lo que sucede o acompaña a la persona, por el mero hecho de haber pasado al cajón de “los mayores”.
La investigación científica señala que estas conclusiones se alejan de la realidad. Numerosos estudios procedentes de distintos campos de conocimiento muestran reiteradamente que la principal característica
del proceso de envejecer es, precisamente, su enorme heterogeneidad. La evidencia
empírica también nos advierte de que los estereotipos, en personas mayores, son
la puerta de entrada del mal trato. Estos, frecuentemente
asociados a creencias erróneas sobre los elementos carenciales de ésta, conducen a una
mirada que simplifica y conduce a la estigmatización y a su menosprecio, al ignorar su variabilidad y, con ello, el valor que tiene cada individuo como un ser único y valioso, desde su trayectoria de vida, desde su diferencia.
El lenguaje sobre las personas mayores ante la Covid-19
La pandemia ocasionada
por este nuevo coronavirus ha sacado a la luz distintas actuaciones que ponen en tela de
juicio el reconocimiento y el valor social que se otorga a las personas
mayores.
Algunos de los
sucesos acontecidos en nuestro país parecen haber conculcado derechos de las personas
por el mero hecho de tener una edad avanzada, como la limitación que se ha producido en algunas Comunidades Autónomas en el acceso a determinadas atenciones
y servicios sanitarios. Decisiones y actuaciones que están siendo analizadas y judicialmente investigadas.
Otras actuaciones
más sutiles, pero también cargadas de un trasfondo claramente discriminador, como es el uso reiterado de un lenguaje marcadamente paternalista, parece que pasan de
una forma inadvertida.
Algunas
expresiones, como “nuestros mayores”, “nuestros abuelos”, tan bien intencionadas
como tan poco reflexionadas, han sido repetidas hasta la saciedad por políticos, tertulianos y medios de comunicación. Elocuciones que ponen de manifiesto una visión estereotipada de la vejez que nos conduce a pensar y a considerar a las personas mayores como un grupo homogéneo necesitado
de protección y afecto permanente.
Recomiendo la lectura del rotundo artículo de
Anna Freixas, titulado Solo mía, publicado
en el periódico El País, donde esta veterana, experta gerontóloga feminista, ofrece
argumentaciones que comparto en su totalidad, en relación al paternalismo no
deseado que esta expresión encierra y a la consideración de que el recurso a la
estrategia de la continua sentimentalización
aplicada a la vejez no es más que una forma de menosprecio.
El lenguaje cotidiano en el cuidado de las personas mayores
Nuestro lenguaje,
verbal y no verbal, es el instrumento básico para la comunicación interpersonal.
El cuidado, desde el marco del buen trato, debe ser entendido esencialmente como
un espacio de encuentro y de comunicación. Desde esta asunción, no podemos olvidar
que nuestras palabras (junto con nuestros gestos y otras formas de lenguaje
corporal) pueden ser elementos de buen trato, pero también ser una nociva
fuente de maltrato.
El lenguaje que dedicamos a la vejez y a las personas mayores viene siendo objeto de estudio desde hace décadas. En esta linea de investigación, el denominado “elder speak” ha sido definido como una forma de hablar que trata a las personas mayores como si fueran niños/as (entonación infantil, tono agudo, habla lenta, reducción de la longitud de las frases, simplificación gramatical, uso de diminutivos, alta utilización de imperativos, términos excesivamente sentimentales, etc.) es un estilo de interacción que ha llegado a ser considerada como una forma de mal trato psicológico.
Nuestro lenguaje puede ser respetuoso, empático, acogedor y
actuar así como un potente elemento empoderador de las personas que precisan cuidados.
Pero también puede ser descalificador, amedrentador, amenazante, humillante y,
en consecuencia, dañino y desempoderador.
Unas veces de forma evidente y clara, y otras ejerciendo una
influencia más sutil y menos visible pero altamente perjudicial para las personas.
Personas mayores y lenguaje cotidiano. El poder de las palabras.
Quiero aprovechar
esta entrada para difundir uno de mis últimos trabajos, una guía que lleva este
título, destinada a orientar la revisión del lenguaje en los servicios y
organizaciones dedicadas al cuidado de las personas mayores. El documento ha
sido editado por Fundación Pilares, a quien agradezco de nuevo la publicación
de este trabajo, en su colección Guías de la Fundación.
En este
documento, escrito de una forma sencilla y con un formato práctico, analiza alrededor de 150 términos y expresiones habitualmente usados en
los entornos de cuidados. Un trabajo que recopila observaciones y reflexiones
recogidas en estos diez últimos años mediante sesiones de revisión participativa
en las que se han implicado diferentes profesionales de centros de
atención a personas mayores y a personas con discapacidad, a quienes también aprovecho
estas líneas para expresar mi agradecimiento por su interés y compromiso con la
mejora de la atención.
Quiero destacar que aunque esta guía recoge variadas y numerosas expresiones
que proceden de los entornos de cuidados, no es solo de interés
para el ámbito profesional sino que también puede serlo para responsables públicos
y privados, medios de comunicación y para la sociedad en general.
Debo
insistir en que el propósito de esta guía no es ofrecer un listado de términos
políticamente correctos sino orientar un proceso reflexivo sobre el lenguaje
que utilizamos y de este modo tomar consciencia de nuestras creencias sobre las
personas que precisan apoyos, sobre la vejez, la discapacidad y el buen
cuidado.
Nota: Los
derechos comerciales de esta obra han sido cedidos gratuitamente a Fundación
Pilares, al igual que en publicaciones anteriores, desde mi reconocimiento y
apoyo a su labor.
Esta guía se presentó el pasado 11 de de junio en un Webinar en el que participé acompañada de Pilar Rodríguez (presidenta de F. Pilares) y Loles Díaz Aledo (periodista jubilada).
Esta guía se presentó el pasado 11 de de junio en un Webinar en el que participé acompañada de Pilar Rodríguez (presidenta de F. Pilares) y Loles Díaz Aledo (periodista jubilada).
En estos
momentos, tras las duras situaciones vividas, especialmente para las personas
mayores, sus familias y los profesionales, hemos podido visibilizar
carencias en el actual modelo de cuidados a las personas en situación de
dependencia de nuestro país. Carencias que no eran nuevas pero que han servido para quitar la venda a la sociedad.
Asistimos, por tanto, a un momento de especial sensibilización social sobre
la necesaria mejora que se precisa en los servicios que ofrecen cuidados de larga
duración. Una mejora que no debería centrarse solo en la prevención de futuros contagios o
emergencias sanitarias, sino en ofrecer cuidados que permitan a las
personas disfrutar de vidas dignas, lo que se traduce en lograr unos cuidados, en casa y en centros, que respeten y
reconozcan a las personas como seres siempre valiosos y con derecho a mantener
proyectos de vida propios y deseados.
Para ello, considero
imprescindible, además de prever medidas que conduzcan a una actuación rápida y
coordinada con los servicios sanitarios ante hipotéticas situaciones de emergencia,
liderar una reforma en profundidad del actual modelo de cuidados, como así
manifestamos más de mil firmantes en la Declaración Conjunta en favor de un
necesario cambio en el modelo de cuidados de larga duración de nuestro país
ANTE LA CRISIS DE COVID-19: UNA OPORTUNIDAD DE UN MUNDO MEJOR.
Una
transformación del sector en la cual es imprescindible partir de una profunda reflexión sobre cuál es y debe ser nuestra consideración social
sobre la vejez y de las personas mayores que precisan cuidados.
La sensibilización
de la sociedad sobre un uso responsable del lenguaje debería considerarse uno de los objetivos prioritarios para conseguir un
auténtico proceso de transformación. La reflexión sobre la mirada a la vejez,
sobre las palabras que dedicamos a las personas mayores, se torna
indispensable, no solo por parte de los profesionales sino también por
responsables políticos, medios de comunicación, expertos y expertas de
distintos ámbitos, familias y sociedad en general. Porque, como argumenta el lingüista y científico cognitivo George Lakoff, las palabras, las expresiones que utilizamos en el día a día activan marcos mentales previos que interpretan nuestro mundo, siendo preciso en ocasiones utilizar otras palabras que activen o creen marcos diferentes.