PRESENTACIÓN
La
atención centrada en la persona busca mejorar la calidad de la atención a las
personas que precisan cuidados y apoyos para gestionar sus vidas desde una aproximación
ética y humanística.
En
esta entrada Beatriz Díaz, trabajadora social, máster en bioética y presidenta
del Comité de Ética en Intervención Social del Principado de Asturias, nos
ofrece sus reflexiones sobre por qué la ética avala los modelos de atención
centrada en la persona como propuestas de buena praxis en la intervención
social profesional y la importancia de los valores en todo ello.
Muchísimas
gracias Beatriz por tu presencia en este blog y por compartir tus conocimientos
y consideraciones. Es un placer tenerte en este espacio.
El mundo de los valores y la
atención centrada en la persona
Por Beatriz Díaz, presidenta del Comité de Ética en Intervención Social del Principado de Asturias
Valorar, algo inherente al ser
humano
Valorar es un fenómeno primario y universal que
compartimos, como característica, la especie humana. Valorar las cosas que hay
o suceden a nuestro alrededor no es algo optativo, sino una tendencia o necesidad
biológica. De hecho, cuando las personas tenemos que decidir alguna cuestión,
primero se produce una valoración o apreciación global inmediata de la
situación y es, luego, cuando tomamos la opción de actuar de una manera u otra.
En la valoración o apreciación de nuestro entorno,
proceso esencialmente individual, los valores
se trasladan o convierten en hechos.
Desde la ética se suele decir que
los valores tienen su soporte en los hechos. Por ello, actuar tiene un
componente esencialmente subjetivo, ya
que conduce a producir hechos que, en
realidad, son opciones de valor.
Por otra parte, todo valor, una vez que se realiza en
un hecho queda plasmado en el mismo y se independiza de su agente, tomando, en
cierto sentido, vida propia. De este modo los valores, al concretarse en
hechos, se objetivan. A todo esto hay que añadir que vivimos en sociedad, lo
que implica que los valores surgen en contextos de relación e intercambio, de
modo que los valores de una cultura (de una organización, de un sistema o
incluso de la humanidad) se construyen
desde marcos sociales de inter-subjetividad.
Además, no podemos ignorar que los valores se
construyen pero también se destruyen. De hecho la historia de las sociedades es
una historia de construcción o de-construcción de valores, por ejemplo, el
valor salud no tenía la misma consideración en nuestro entorno hace 40 años que
en la actualidad.
Los modelos de intervención
social y la normativa
Si todo este razonamiento lo trasladamos a la necesidad de definir modelos de intervención
en el ámbito de los servicios sociales, cabe destacar dos aspectos
fundamentales. En primer lugar, que los
valores y el orden de los mismos son los que deberían proporcionar los
criterios que orienten las líneas de
acción, tanto en la planificación de los recursos como en la implementación de
los diversos programas y proyectos. Y en segundo lugar, que la exploración de
los valores debe ser el punto de partida
en los planes individuales de atención.
Existe un riesgo importante: considerar o argumentar que los modelos de intervención quedan
suficientemente definidos en las normas que rigen el sistema público de servicios sociales en sus diversas formas (leyes, decretos,
resoluciones….). Esto no es otra cosa que confundir “bueno” con “lo bueno”, lo
que en el contexto que nos ocupa sería, por ejemplo, considerar que la ética ya está incluida en el
campo del derecho.
Las normas regulan la forma de acceder a los
recursos y las prestaciones, priorizan unas circunstancias sobre otras,
establecen condiciones o criterios, sistematizan una manera de organización
social, pero todo ello no asegura que se haya legislado lo
mejor moralmente. Hay hechos que pueden ser legales al amparo de una determinada
normativa. Sirva el ejemplo de la
desatención sanitaria a personas inmigrantes, algo que aunque tenga amparo
legal jamás podría ser considerado correcto desde la perspectiva de la ética, al ser las personas, todas ellas, un valor
absoluto, y considerar, por tanto, que desatender a un ser humano es una
actuación absolutamente reprobable.
Otro aspecto a tener en cuenta son aquellas normativas
que no nacen de una conceptualización clara de los recursos (centros,
servicios, prestaciones, intervenciones…)
que son responsabilidad de la administración pública. En ocasiones las
normativas se centran en el procedimiento, en solicitar documentos y condiciones
sin partir de unos valores ni haber definido con claridad un modelo de
atención/intervención coherente a éstos. Estas normativas suelen conducir a
una amalgama de criterios, procedimientos y exigencias que, aun ofreciendo
un marco legal por el que regirse, no aseguran que su aplicación sea correcta
ni desde el punto de vista técnico ni desde el ético, y lo que es más grave, en
algunos casos no garantizan la justa distribución de los recursos, que como a nadie se nos escapa, no
son ilimitados.
La atención centrada en la
persona, una propuesta para apoyar una “vida buena”
La ética es
fundamentalmente una propuesta de “vida buena” y ésta la define cada persona a través de sus
procesos valorativos y de sus
preferencias. Para que ese concepto de “vida buena” se complete se necesitan
sistemas de protección que se cimienten sobre unos valores que nos proporcionen
seguridad, protección y oportunidades para desarrollarnos.
La Intervención Social ha de estar sustentada en la
definición de unos valores, posteriormente debe verse concretada en modelos teóricos coherentes a éstos de modo que
permitan su desarrollo riguroso (fundamentados en el conocimiento), y finalmente, proceder a elaborar o adaptar el marco
normativo.
Si la secuencia no se produce así se corre el
riesgo de que el lugar destinado al logro del fin (una “vida buena” para las
personas) lo ocupen otras circunstancias que son meros medios (normas legales,
criterios organizativos o laborales). Si lo importante es solo cumplir con los
requisitos que marca la norma de una manera formal (documentos, gestión de las
listas de espera…), la correcta atención a las personas puede verse en peligro.
Una correcta atención que, como seres
humanos dotados de dignidad y no precio, siempre tienen que ser el fin de la
intervención social.
La atención centrada en la persona
reconoce la singularidad de cada ser
humano y aplica lo que el profesor Ramón Bayés denomina “método poético”. En
este marco, se propone partir de la biografía de cada persona para desde ella
proponer un plan personalizado de atención teniendo en cuenta sus prioridades
vitales, sus capacidades, sus necesidades, sus preferencias y sus deseos. Una
propuesta de apoyo para mejorar su vida actual y apoyar que, en la medida de la
posible, la persona siga o recupere el control de la misma. Solo así es posible
dar visibilidad a su dignidad y protegerla.
La atención centrada en la persona desestima
ámbitos de intervención que en vez de a la persona ponen en el centro cuestiones
organizativas rígidas, criterios de
eficacia económica o de tiempo, desestimando con gran frecuencia muchas
cuestiones que afectan a la calidad de vida de las personas usuarias. Propone una
organización flexible capaz de compaginar criterios organizativos y personas, donde
éstas siempre son el centro en la toma de decisiones.
Los modelos de atención centrada en la persona se
sostienen sobre unos valores habitualmente compartidos y elogiado en nuestra
cultura, al menos desde el punto de vista discursivo: el respeto por la
dignidad humana y la búsqueda de la mayor calidad de vida posible (lo que
incluye el bienestar subjetivo sin desatender el objetivo). La elaboración de
planes de atención y vida parte inexcusablemente de la exploración de valores desde donde acordar
con cada persona apoyos significativos y aceptados, contribuyendo así, además,
a configurar unos recursos más útiles y más justos.
El enfoque de los valores y de la ética en los
modelos de intervención social es un enfoque humanista de la atención. En
Servicios Sociales nos ocupamos de las personas y de sus vidas, por ello, lo
humanamente válido es fundamental para lograr una buena práctica profesional.
Sin duda, éste es el camino correcto.