Los principios que
sustentan y orientan la práctica centrada en la persona suscitan, habitualmente,
consenso. Reconocer la dignidad de las personas mayores, proporcionar una atención
personalizada, desarrollar su autonomía y su bienestar son enunciados que
cuando son formulados ¿quién no va a estar de acuerdo?. En el plano declarativo de
la ACP, en sus objetivos, tanto cuando se perciben posibles como inalcanzables,
no es donde se suele plantear la discusión, al menos de una forma abierta.
Llevar a la práctica la
ACP en el día a día de los centros y servicios no es algo obvio ni suele resultar
sencillo. Prestar una atención personalizada implica partir del conocimiento y
re-conocimiento de cada persona, ser capaces de llegar y sintonizar con lo
subjetivo del individuo, saber identificar sus capacidades y proporcionar apoyos muy particularizados. Y
esto no es fácil de hacer ni siempre es asumido en la total magnitud que ello entraña.
Los obstáculos, las
resistencias, las limitaciones pueden ser variados: cultura asistencial y
actitudes orientadas desde modelos paternalistas, escaso o inadecuado
liderazgo, insuficiente formación, falta de flexibilidad organizativa, escasa
motivación, clima laboral negativo, limitación de recursos, procedimientos
estandarizados, etc.