La enfermedad Alzheimer provoca un
deterioro progresivo de las facultades mentales y la persona afectada se ve
inmersa en un proceso, hoy por hoy irremediable, de pérdida de su capacidad para
controlar su propia vida.
Esta descripción, exenta de otras matizaciones, puede llevarnos a pensar que quienes
tienen una demencia, sobre todo en fases avanzadas, “dejan de ser personas” o que
su personalidad desaparece.
Esta mirada centrada en la patología y
en el déficit puede incluso conducirnos a considerar que la atención a estas
personas se limita al cuidado físico de un “cuerpo” carente de otras necesidades
(psicológicas, sociales, espirituales…).