Presentación
La comunicación es un aspecto clave en todo proceso de
cuidados o intervención con las personas mayores. Cobra especial importancia con
quienes tienen una demencia. Tener en cuenta los estilos comunicativos y formas
de interacción que potencian a las personas es un elemento esencial en la
aplicación de intervenciones orientadas desde la atención centrada en la
persona.
Javier Bendicho, psicólogo experto en el campo de las
personas con demencias de dilatada experiencia, nos habla aquí de todo esto. Además
de contar con una importante trayectoria como docente en el campo de
gerontología, desarrolla una interesante labor profesional en la Asociación COTLAS
en Valencia donde se apuesta por intervenciones para las personas con demencia
y sus familias desde perspectivas afines a la atención centrada en la persona.
Muchas gracias Javier por colaborar en este blog
compartiendo tus conocimientos y experiencia.Es un placer poder contar con tu
presencia en este espacio.
La comunicación: un proceso básico en el diseño de nuestros planes de intervención en demencias.
Por Javier Bendicho, Asociación COTLAS (Valencia)
Sabemos que la capacidad de comunicación se puede alterar en las personas con demencia. Problemas tanto de expresión como de comprensión del lenguaje, alteraciones de la percepción, dificultades de atención, problemas de comportamiento o el efecto de las propias medicaciones pueden dificultar su comprensión e interacción con del entorno que les rodea. Los procesos básicos que solemos utilizar para comunicarnos pueden dejar de ser útiles.
Entendemos la comunicación
como un proceso amplio que va mucho más allá del uso del lenguaje o de cómo
facilitar la realización de actividades concretas. Hablamos también de una actitud
general en la planificación organizacional, de una actitud personal y profesional.
Una actitud que parte del respeto que todo individuo merece, desde el
reconocimiento de sus capacidades y sus limitaciones, pero sin etiquetas
previas que creen barreras que condicionen la manera de relacionarnos. Tendemos
a partir de la discapacidad, a dar por hecho que no somos capaces de
entender, de sentir, que ya no podemos
tomar decisiones sobre nuestra vida, y esto provoca una serie de actitudes y
comportamientos automáticos, que sin mala intención, pueden limitarnos al negar
nuestras capacidades.
Evidentemente, este tipo de patologías llevan asociadas una
serie de limitaciones que tenemos que tener en cuenta, pero lo más importante
no es la patología en sí, sino la persona que la sufre. Sin minimizar, ni
infravalorar en ningún momento las consecuencias del daño cerebral, debemos
empezar a valorar más la vivencia de ese proceso. El cómo se vive el día a día
también depende de nuestra historia biográfica, de nuestros gustos y
preferencias, de qué tipo de necesidades individuales y sociales hay que cubrir
en cada momento, de nuestras competencias, de cómo nos adaptamos a esos cambios
que se van produciendo a nuestro alrededor, de si disponemos de redes de apoyo
social formal o informal. Y sobre todo de los sentimientos y emociones que esa
situación nos provoca.
Ese respeto implica aceptar nuestros
sentimientos y emociones, aunque la situación que los provoque nos resulte
difícil de entender. La tristeza o rabia cuando percibo que soy incapaz de
solucionar algo, el sufrimiento al pensar que mis padres han muerto, la alegría
al recibir ternura y cariño por parte de los que me rodean, son reales y se
viven con intensidad. Además, todos
tenemos derecho a sentir y expresar esas emociones. Habitualmente, tendemos a
enmascararlas, a distraerlas en vez de acompañarlas.
Nuestros inicios en la
aplicación de talleres de estimulación fueron ilusionantes y llenos de
sorpresas y aprendizajes. Siempre recuerdo la primera vez que una de nuestras
usuarias se perdió. Vivía cerca y venía sola a los talleres. Ese día entró al
centro muy nerviosa, llorando, porque no había sido capaz de encontrarnos y era muy consciente de que
se había perdido. Nuestra actitud inicial fue paternalista: intentamos
tranquilizarla, cambiarle de tema, minimizar la situación. Su reacción fue: “no me digáis que no pasa nada, me he
perdido”. En aquel momento, no supimos que hacer, no entendimos su derecho
a expresar rabia y miedo. Por qué ocultarlas, era la reacción lógica. Lo que
más nos rompió los esquemas fue que uno de los usuarios del programa, que no
solía hablar, se le acercó y le dijo: “Acompáñame,
yo te diré qué hago cuando me pasan estas cosas…, éstos no se enteran de nada”.
Literal. Un baño de realidad y un aprendizaje para toda la vida. Aquel día
decidimos aparcar la teoría y empezar a aprender de cero, todos juntos.
Comunicar es también fomentar
la participación, la inclusión y las relaciones sociales. Es plantear dinámicas
capacitadoras en las que uno se sienta importante, en las que se promueva la
independencia y se refuerce aquello que todavía somos capaces de hacer, en las
que el error no cuente. En las que sigamos tomando decisiones y percibamos que
todavía tenemos control sobre nuestra vida. Desde el principio de identidad e
individualidad. Teniendo en cuenta como nos sentimos en las diferentes
situaciones, quienes somos y quienes hemos sido. Adaptando los ejercicios y las dinámicas a cada
situación y persona concreta. Cada día es diferente. Lo que funcionó ayer, a lo
mejor ya no vale hoy.
En los talleres grupales,
combinamos estimulación física, con ejercicios cognitivos y terapia emocional.
Sabemos la importancia del trabajo motor en el mantenimiento de nuestra
independencia. En nuestros inicios, uno de los ejercicios consistía en mover
los dedos y las manos para trabajar la motricidad. Para que todos participaran,
en un ambiente distendido, la instrucción era: “vamos a escribir a máquina”; con esa excusa e imitando el ruido todos movíamos los dedos.
Pero entró un señor nuevo que no quería hacer el ejercicio. Hasta que le
preguntamos si ocurría algo. Su respuesta fue: “yo no escribo a máquina, tengo secretaria”. A partir de ese día
empezamos a tocar el piano. El ejercicio
era el mismo, pero la estrategia y la instrucción, completamente diferentes.
En este sentido, nos referimos
también al diseño y estructura de nuestras actividades en terapia, a las formas
de presentación, a tener en cuenta a quien van destinadas, al contexto de aplicación.
Lo que me vale a mí no tiene por qué valerle a los demás. Es importante estar ocupado, sentir que somos
útiles, que podemos y nos dejan hacer cosas. Para ello es básico que diseñemos
actividades con sentido. Trabajamos con adultos, con una vida personal y social
detrás. Es muy habitual que caigamos en la infantilización. No es lo mismo
trabajar la motricidad, la atención sostenida, el reconocimiento de colores y
formas, la espacialidad o la creatividad con un mandala que con un dibujo del
pato Donald.
Y por supuesto, los procesos
son diferentes a nivel individual o a nivel grupal. En general, cuando tratamos
con personas mayores o con limitaciones tendemos a ser paternalistas y
demasiado cercanos en el trato personal. Es recomendable una actitud inicial de
cierta distancia, con amabilidad y respeto, pero sin excesiva familiaridad,
hasta que nos vayamos conociendo. Eso sí, no hay nada más respetuoso que que
nos llamen por nuestro nombre, manteniendo el trato social al que estamos acostumbrados,
sin usar diminutivos ni apelativos cariños gratuitos.
Facilitar la comunicación
implica también la búsqueda de espacios facilitadores, estimulantes y validantes.
Espacios de confort en los que se perciba calidez en el trato, proximidad; más
allá de aspectos puramente arquitectónicos o decorativos. Y en el que todos se
sientan incluidos. Todos necesitamos formar parte de un grupo de referencia,
somos seres sociales por naturaleza. Muchas veces, es más importante ese espacio
común en el que compartimos experiencias que las actividades concretas
propuestas. Porque si nos sentimos a gusto, respetados, queridos, útiles,
estaremos más motivados y activos.
Como decía Watzlawick, es
imposible no comunicarse. Por tanto, una buena comunicación se convierte en un
factor clave del éxito de nuestras intervenciones, al generar un clima adecuado
que facilita la interacción con los participantes.