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20 de junio de 2016

La comunicación: un proceso básico en el diseño de nuestros planes de intervención en demencias. Por Javier Bendicho.






Presentación 

   La comunicación es un aspecto clave en todo proceso de cuidados o intervención con las personas mayores. Cobra especial importancia con quienes tienen una demencia. Tener en cuenta los estilos comunicativos y formas de interacción que potencian a las personas es un elemento esencial en la aplicación de intervenciones orientadas desde la atención centrada en la persona.

   Javier Bendicho, psicólogo experto en el campo de las personas con demencias de dilatada experiencia, nos habla aquí de todo esto. Además de contar con una importante trayectoria como docente en el campo de gerontología, desarrolla una interesante labor profesional en la Asociación COTLAS en Valencia donde se apuesta por intervenciones para las personas con demencia y sus familias desde perspectivas afines a la atención centrada en la persona.

   Muchas gracias Javier por colaborar en este blog compartiendo tus conocimientos y experiencia.Es un placer poder contar con tu presencia en este espacio.



 

La comunicación: un proceso básico en el diseño de nuestros planes de intervención en demencias.

Por Javier Bendicho, Asociación COTLAS (Valencia)





    
   Sabemos que  la capacidad de comunicación se puede alterar en las personas con demencia. Problemas tanto de expresión como de comprensión del lenguaje, alteraciones de la percepción, dificultades de atención, problemas de comportamiento o el efecto de las propias medicaciones pueden dificultar su comprensión e interacción con del entorno que les rodea. Los procesos básicos que solemos utilizar para comunicarnos pueden dejar de ser útiles.
    
   Entendemos la comunicación como un proceso amplio que va mucho más allá del uso del lenguaje o de cómo facilitar la realización de actividades concretas. Hablamos también de una actitud general en la planificación organizacional, de una actitud personal y profesional. Una actitud que parte del respeto que todo individuo merece, desde el reconocimiento de sus capacidades y sus limitaciones, pero sin etiquetas previas que creen barreras que condicionen la manera de relacionarnos. Tendemos a partir de la discapacidad, a dar por hecho que no somos capaces de entender,  de sentir, que ya no podemos tomar decisiones sobre nuestra vida, y esto provoca una serie de actitudes y comportamientos automáticos, que sin mala intención, pueden limitarnos al negar nuestras capacidades.

   Evidentemente, este tipo de patologías llevan asociadas una serie de limitaciones que tenemos que tener en cuenta, pero lo más importante no es la patología en sí, sino la persona que la sufre. Sin minimizar, ni infravalorar en ningún momento las consecuencias del daño cerebral, debemos empezar a valorar más la vivencia de ese proceso. El cómo se vive el día a día también depende de nuestra historia biográfica, de nuestros gustos y preferencias, de qué tipo de necesidades individuales y sociales hay que cubrir en cada momento, de nuestras competencias, de cómo nos adaptamos a esos cambios que se van produciendo a nuestro alrededor, de si disponemos de redes de apoyo social formal o informal. Y sobre todo de los sentimientos y emociones que esa situación nos provoca. 



   Ese respeto implica aceptar nuestros sentimientos y emociones, aunque la situación que los provoque nos resulte difícil de entender. La tristeza o rabia cuando percibo que soy incapaz de solucionar algo, el sufrimiento al pensar que mis padres han muerto, la alegría al recibir ternura y cariño por parte de los que me rodean, son reales y se viven con intensidad. Además, todos tenemos derecho a sentir y expresar esas emociones. Habitualmente, tendemos a enmascararlas, a distraerlas en vez de acompañarlas.
   
   Nuestros inicios en la aplicación de talleres de estimulación fueron ilusionantes y llenos de sorpresas y aprendizajes. Siempre recuerdo la primera vez que una de nuestras usuarias se perdió. Vivía cerca y venía sola a los talleres. Ese día entró al centro muy nerviosa, llorando, porque no había sido capaz  de encontrarnos y era muy consciente de que se había perdido. Nuestra actitud inicial fue paternalista: intentamos tranquilizarla, cambiarle de tema, minimizar la situación. Su reacción fue: “no me digáis que no pasa nada, me he perdido”. En aquel momento, no supimos que hacer, no entendimos su derecho a expresar rabia y miedo. Por qué ocultarlas, era la reacción lógica. Lo que más nos rompió los esquemas fue que uno de los usuarios del programa, que no solía hablar, se le acercó y le dijo: “Acompáñame, yo te diré qué hago cuando me pasan estas cosas…, éstos no se enteran de nada”. Literal. Un baño de realidad y un aprendizaje para toda la vida. Aquel día decidimos aparcar la teoría y empezar a aprender de cero, todos juntos.
   
   Comunicar es también fomentar la participación, la inclusión y las relaciones sociales. Es plantear dinámicas capacitadoras en las que uno se sienta importante, en las que se promueva la independencia y se refuerce aquello que todavía somos capaces de hacer, en las que el error no cuente. En las que sigamos tomando decisiones y percibamos que todavía tenemos control sobre nuestra vida. Desde el principio de identidad e individualidad. Teniendo en cuenta como nos sentimos en las diferentes situaciones, quienes somos y quienes hemos sido. Adaptando  los ejercicios y las dinámicas a cada situación y persona concreta. Cada día es diferente. Lo que funcionó ayer, a lo mejor ya no vale hoy.


  
En los talleres grupales, combinamos estimulación física, con ejercicios cognitivos y terapia emocional. Sabemos la importancia del trabajo motor en el mantenimiento de nuestra independencia. En nuestros inicios, uno de los ejercicios consistía en mover los dedos y las manos para trabajar la motricidad. Para que todos participaran, en un ambiente distendido, la instrucción era: “vamos a escribir a máquina”; con esa excusa e  imitando el ruido todos movíamos los dedos. Pero entró un señor nuevo que no quería hacer el ejercicio. Hasta que le preguntamos si ocurría algo. Su respuesta fue: “yo no escribo a máquina, tengo secretaria”. A partir de ese día empezamos a tocar el piano.  El ejercicio era el mismo, pero la estrategia y la instrucción, completamente diferentes. 
   
   En este sentido, nos referimos también al diseño y estructura de nuestras actividades en terapia, a las formas de presentación, a tener en cuenta a quien van destinadas, al contexto de aplicación. Lo que me vale a mí no tiene por qué valerle a los demás.  Es importante estar ocupado, sentir que somos útiles, que podemos y nos dejan hacer cosas. Para ello es básico que diseñemos actividades con sentido. Trabajamos con adultos, con una vida personal y social detrás. Es muy habitual que caigamos en la infantilización. No es lo mismo trabajar la motricidad, la atención sostenida, el reconocimiento de colores y formas, la espacialidad o la creatividad con un mandala que con un dibujo del pato Donald.


   Y por supuesto, los procesos son diferentes a nivel individual o a nivel grupal. En general, cuando tratamos con personas mayores o con limitaciones tendemos a ser paternalistas y demasiado cercanos en el trato personal. Es recomendable una actitud inicial de cierta distancia, con amabilidad y respeto, pero sin excesiva familiaridad, hasta que nos vayamos conociendo. Eso sí, no hay nada más respetuoso que que nos llamen por nuestro nombre, manteniendo el trato social al que estamos acostumbrados, sin usar diminutivos ni apelativos cariños gratuitos.




    Facilitar la comunicación implica también la búsqueda de espacios facilitadores, estimulantes y validantes. Espacios de confort en los que se perciba calidez en el trato, proximidad; más allá de aspectos puramente arquitectónicos o decorativos. Y en el que todos se sientan incluidos. Todos necesitamos formar parte de un grupo de referencia, somos seres sociales por naturaleza. Muchas veces, es más importante ese espacio común en el que compartimos experiencias que las actividades concretas propuestas. Porque si nos sentimos a gusto, respetados, queridos, útiles, estaremos más motivados y activos.


   Como decía Watzlawick, es imposible no comunicarse. Por tanto, una buena comunicación se convierte en un factor clave del éxito de nuestras intervenciones, al generar un clima adecuado que facilita la interacción con los participantes.