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29 de septiembre de 2022

Las unidades de convivencia modelo hogareño. No todo vale.

 




En esta nueva entrada quiero presentar el documento Nº 8 de la Serie Acpgerontología. Una serie que desde hace años comparto en modo abierto en la Web Acpgerontologia con el propósito de difundir el conocimiento que se va generando en relación a algunos temas de especial interés en la aplicación del enfoque Atención Centrada en la Persona en el ámbito de los servicios gerontológicos. Un informe que lleva por título Las unidades de convivencia modelo hogareño, alternativa a las residencias de personas mayores institucionales.  

Tras los efectos devastadores que la Covid-19 ha tenido en las residencias de personas mayores y las carencias generales que se han visibilizado en el sector de los cuidados de larga duración, este asunto parece haber pasado a la agenda social y política. Asistimos a un momento importante de donde se escuchan análisis y propuestas sobre distintos temas relacionados con el atención a las personas en situación de dependencia.

Concretamente desde la Unión Europea se trabaja ya en la Estrategia Europea de Cuidados, la cual, en relación a los cuidados de larga duración se plantea el objetivo de lograr servicios asistenciales de alta calidad, asequibles y accesibles, a la par de apostar por lo que se ha venido denominando como el itinerario de la des-institucionalización, priorizando el cuidado en casa y los recursos de enfoque comunitario. Lo que no niega la necesidad, para algunas personas, grupos familiares y situaciones, de un cuidado profesional en alojamientos fuera del propio hogar, aunque sí se reclama un concepto diferente  de estos servicios, de modo que no priven a las personas de sus derechos, del control de su vida cotidiana y de la conexión con su comunidad. 

Estamos, por tanto, ante un momento decisivo de replanteamiento, no exento de controversia, en relación al necesario cambio del actual modelo residencial en nuestro país. Los efectos de la pandemia han contribuido a una mayor conciencia social sobre las carencias del sector y, también, de los efectos negativos de las residenciales tradicionales en cuanto a la calidad de vida de las personas que allí viven y conviven. Insuficiencias referidas a las ratios y salarios profesionales o a la disponibilidad de recursos, pero también a la enorme inadecuación del enfoque sobre qué es realmente importante en el cuidado para proteger la dignidad de las personas. Estamos ante un giro que busca abandonar definitivamente el cuidado institucional y consolidar modos diversos de cuidado profesional en entornos hogareños.

En este contexto, donde se cruzan datos, valoraciones, demandas, interpretaciones de sucesos y propuestas diversas sobre cómo cambiar el modelo residencial, este informe pretende resumir y compartir el conocimiento existente sobre las unidades de convivencia modelo hogareño, una de las fórmulas elegidas para reorientar el modelo tradicional, el cual se erige todavía aún en muchos servicios desde una mirada y lógica más centrada en las tareas y en la organización del servicio que en las personas.

De hecho, desde hace décadas, en los países más avanzados, las unidades de convivencia se han constituido en la principal alternativa con  capacidad para facilitar este tránsito, al mostrar resultados positivos en la mejora de las vidas de las personas implicadas en el cuidado (personas mayores, familias y profesionales de atención directa).

Una nueva concepción de las residencias también ya iniciada en España en estos últimos años, de forma minoritaria, por parte de algunas entidades pioneras (es el caso de Fundación Matía) y también por algunas administraciones públicas. 

Un camino pionero que hemos de poner en valor y que se ve reforzado por el acuerdo en materia de acreditación y calidad para los centros y servicios del SAAD propiciado por el Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030, el cual convierte a las unidades de convivencia en el principal referente del nuevo modelo residencial de nuestro país.

Por ello resulta fundamental, ahora más que nunca, conocer qué es (y qué no es) una unidad de convivencia, cuando esta se enmarca en el paradigma housing/hogareño, teniendo en cuenta el conocimiento existente, el cual, dicho sea de paso, no solo se nutre de la evidencia científica. Este es el motivo principal que me ha animado a elaborar y compartir este documento. 



                                       

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Este informe aborda, en primer lugar, el origen y la filosofía de este nuevo modelo de cuidado residencial, el cual toma como principal referencia el ambiente-dinámica "hogar" sin por ello renunciar a la calidad que debe tener el cuidado profesional. 

En segundo lugar,  resume las principales características que estas unidades deben tener a tenor del conocimiento existente, así como los principales beneficios constatados en diferentes estudios cuando son comparadas con las residencias tradicionales. 

También señala los principales retos del tránsito en el cambio de modelo en el cuidado de larga duración en nuestro país y algunos riesgos en la aplicación de esta nueva alternativa residencial. Finalmente ofrece algunas recomendaciones (provisionales) para su puesta en marcha.

La transformación del modelo de atención residencial, se enuncia ahora, ¡por fin!, como un objetivo urgente y necesario. Un proceso de cambio que, como se reclama repetidamente, requiere de una financiación suficiente, pero también de una nueva mirada a la calidad del cuidado, basada en un enfoque de derechos de las personas, y para ello, de la implicación y apuesta de muchos actores en cuanto a cómo deben ser los nuevos servicios y las  organizaciones cuya misión es el cuidado de personas en entornos residenciales. 

Hemos de avanzar, progresiva pero decididamente, más allá de la existencia de unos criterios mínimos de calidad compartidos a nivel nacional como marco referencial. Precisamos ahora hacer realidad el cambio. Una necesidad que, afortunadamente, cada vez es más compartida y exigida por la ciudadanía. Una exigencia ciudadana informada puede ser, quizás, el principal factor de éxito para que todo esto sea posible. Porque cuando hablamos de avanzar hacia un nuevo modelo residencial que permita vivir y ser cuidado "como en casa", no todo vale. 








2 de junio de 2022

Las personas y sus cuidados. Un cambio que ya no puede esperar más. Mayte Sancho y 11 firmas más.

 



El 1 de abril del 2020, un grupo variado compuesto por profesionales, asociaciones de personas mayores y con diversidad funcional, usuarias y familiares relacionadas con el cuidado de larga duración  y expertos de distintos ámbitos, nos posicionamos con firmeza a través de la Declaración “Ante la crisis del COVID-19: la oportunidad de un mundo mejor”. Un manifiesto público en favor de un necesario cambio en el modelo de cuidados de larga duración en España que tuvo una amplia difusión y que recabó más del millar de firmas.

En esos momentos, no podíamos imaginar las consecuencias que acarrearía esta nueva amenaza vírica para las personas más vulnerables, especialmente, para quienes vivían en residencias. Solo un dato: España figura en los primeros puestos del ranking europeo de fallecimientos durante la pandemia y todavía más arriba en los porcentajes de fallecidos en residencias de personas mayores.

En este escrito, reclamábamos la revisión urgente de nuestro modelo de cuidados de larga duración para así poder dar respuestas diversas, globales y ecosistémicas adaptadas a las necesidades y preferencias de las personas. Nuestra intención era no solo  evitar en el futuro situaciones semejantes a las vividas, sino también generar reflexión sobre el rumbo que debería orientar dicha transformación, situando en todo momento a las personas en el centro de la atención, protegiendo sus derechos y apoyando vidas que merezcan la pena ser vividas.

En los dos últimos años se ha ido generando abundante reflexión y propuestas documentadas desde todos los ámbitos concernidos en este complejo asunto: personas mayores y familiares afectados, profesionales procedentes de diversas disciplinas, asociaciones e instituciones diversas que se han posicionado en defensa de los derechos de las personas, víctimas de un sufrimiento injustificable y excesivo.

Las residencias se han situado en el foco de la atención porque, junto con el elevado número de fallecimientos y el sufrimiento experimentado, ha aflorado nuevamente ese rechazo histórico a estos recursos por buena parte de la ciudadanía. Lo cual no significa dejar de reconocer el inconmensurable esfuerzo y entrega de los miles de profesionales y de familias que han puesto en riesgo su salud y sus vidas por garantizar un cuidado digno a las personas que acompañan.

En este contexto de crisis, la acción de organismos internacionales como la OMS o la UE no se ha hecho esperar. En este último caso, la aspiración de favorecer esa transformación de los cuidados de larga duración ha venido acompañada de recomendaciones claras y explicitas por parte del órgano comunitario, así como de importantes dotaciones de fondos (Next Generation) destinadas a hacer posible un cambio de modelo que reclama un giro en un doble sentido.

  • Por un lado, un desarrollo decidido de los servicios domiciliarios, coordinados en el ámbito comunitario, integrando apoyos flexibles y diversos -además de los clásicos sociales y sanitarios- de modo que se pueda garantizar lo que las personas deseamos, que no es otra cosa que poder permanecer en nuestro entorno y en conexión social.
  • Por otro lado, afrontar un proceso de desinstitucionalización, el cual es exigido en el art. 19 de la Convención de derechos de las personas con discapacidad (ONU, 2007). Una propuesta que pretende transformar las actuales plazas residenciales en entornos domésticos, hogareños, modulados en grupos pequeños de personas en situación de dependencia grave y, cómo no, disponiendo progresivamente de más habitaciones individuales, elemento esencial para garantizar la intimidad de quienes allí viven.

Desde la Secretaría de Estado de Derechos Sociales, se ha trabajado con un claro compromiso en esta línea, siguiendo las recomendaciones europeas y poniendo a disposición los deseados fondos económicos que contribuyan a afrontar este itinerario, complejo, largo, lleno de incertidumbres, pero claramente dirigido a mejorar el bienestar de las personas.

Pretender lograr un acuerdo nacional de criterios mínimos para la acreditación y calidad de los centros y de los servicios de atención a la dependencia, ha sido un planteamiento valiente y necesario. El proceso seguido en estos meses, de gran complejidad por la diversidad de miradas e intereses, ha contado con la participación de diferentes agentes y ámbitos y se ha caracterizado por la escucha.

El actual borrador de acuerdo, con sus luces y sus sombras, supone un salto cualitativo frente al modelo que todavía prevalece en el sector. Sin embargo, parece que hasta el momento no se ha conseguido el imprescindible consenso que permita avanzar desde realidades diferentes hacia un mismo propósito.

Esta situación actual de bloqueo nos preocupa enormemente y, de nuevo, desde nuestro compromiso profesional y ciudadano, queremos compartir nuestra alarma. Porque no llegar a un acuerdo implicaría renunciar a una oportunidad, quizás única, que la pandemia, visibilizando las carencias ya conocidas por muchos, nos ha posibilitado. 

Por esto, a través de este escrito queremos hacer una llamada a la reflexión, al compromiso con las personas y a la altura de miras. Necesitamos afrontar un proceso de transformación serio, honesto, sin interferencias ni intereses políticos ajenos a este asunto. Hay quienes consideran que las propuestas son insuficientes, pero hay que tener en cuenta que partimos de muy atrás, de un modelo sumamente insatisfactorio e inadecuado y de unas enormes dificultades para avanzar. En todo caso, lo que no es admisible admitir, como se ha escuchado en estos días por parte de algunas voces que, en realidad, el modelo actual no precise cambios.  ¿Nos hemos ya olvidado de las muertes y de las carencias visibilizadas? ¿Obviamos la evidencia científica existente sobre las limitaciones de los macrocentros para ofrecer un buen cuidado? ¿Estamos dispuestos a seguir ignorando el necesario avance en competencias profesionales y en su correspondiente remuneración y mejora de las condiciones de vida y trabajo? Y sobre todo ¿dónde queda la dignidad, el bienestar, la salud y la autonomía de los ciudadanos que viven en residencias?

No cabe aceptar incongruencias entre discursos declarativos sobre la necesidad del transformar el actual modelo de cuidados y decisiones posteriores orientadas desde otros intereses. Estamos ante un cambio que obviamente precisa de una financiación suficiente, pero sin olvidar que esta debe ir necesariamente ligada al control de la calidad dispensada, de la garantía de los derechos de las personas que necesitan cuidados, promoviendo el desarrollo profesional, el trabajo decente y permitiendo la real participación de las familias en los centros.

Exigimos, por tanto, que los responsables políticos promuevan y lideren este necesario cambio cultural, alcanzando los consensos imprescindibles para desarrollar un sistema de cuidados de larga duración equiparable al de nuestros homólogos europeos.

Es momento de compromiso real, de decisiones basadas en el conocimiento, de altura de miras y de poner, de verdad, a las personas en el centro de las prioridades políticas. Porque las personas lo merecemos. Porque el cuidado ha de ser entendido como un asunto social, ético. Y por tanto del máximo interés y responsabilidad política.


Firmantes: 

  • Mayte Sancho Castiello. Psicóloga gerontóloga.
  • Teresa Martínez Rodríguez. Dra. en Ciencias de la Salud, psicóloga gerontóloga. Consejería de Derechos Sociales y Bienestar del Principado de Asturias.
  • Pura Díaz-Vega. Psicóloga gerontóloga.
  • Dolors Comas d´Argemir. Antropóloga. Catedrática emérita de la URV.
  • Adelina Comas Herrera. Economista. London School of economics.
  • Gerardo Amunarriz Pérez. Dr. en Economía.  Director General de Matía Fundazioa.
  • Fernando Fantova Azcoaga. Dr. en Sociología.  Consultor social.
  • Pilar Regato Pajares. Médica de Atención Primaria de Salud. Responsable del grupo de personas mayores de la SEMFYC.
  • María Izal Fernández de Troconiz. Dra. en Psicología. Catedrática. UAM.
  • Ignacio Montorio Cerrato. Dr. en Psicología. Catedrático. UAM.
  • Joseba Zalakain Hernández. Periodista. Director del SIIS.
  • Victoria Zunzunegui Pastor. Dra. en Epidemiología. Profesora honoraria de la U. Montreal.


13 de febrero de 2021

"Nuestros mayores", una expresión a debate. Por Teresa Martínez

 


La relación entre lenguaje y pensamiento, cómo las palabras construyen pensamiento y cómo nuestras creencias se consolidan o se van modificado a través de aquellas, es objeto de reflexión y estudio desde hace mucho tiempo.

Aunque en este blog ya he dedicado varias entradas a este asunto [Las palabras sí importan (2017) y Personas mayores, buen trato y mal trato (2020)], vuelvo de nuevo a ello. El motivo es un pequeño revuelo generado en twitter después que Jordi Évole recurriera a la expresión “nuestros mayores” para felicitar al magnífico programa sobre visiones en la vejez que emitió Salvados en la Sexta TV el pasado 31 de enero. Distintas organizaciones y algunos profesionales le advirtieron sobre la inadecuación de este término, sin en ningún momento atribuir a este reconocido periodista una intención ofensiva hacia las personas mayores.


“Nuestros mayores” es una denominación muy utilizada que habitualmente se enuncia  en un tono amable y condescendiente para referirse al variado conjunto de la población que ha superado cierta edad. Un término que enoja a gran parte del movimiento asociativo de personas mayores y también a distintas entidades relacionadas con el envejecimiento. 

Una expresión que ha sido repetida hasta la saciedad en esta pandemia por parte de políticos, medios de comunicación y también por profesionales. En la Declaración “Ante la crisis de la Covid-19: una oportunidad de un mundo mejor”, firmada por 1.134 personas de diferentes ámbitos y disciplinas, nos posicionábamos sobre las diversas carencias que había mostrado esta situación y la urgente necesidad de cambiar el actual modelo de cuidados de larga duración, así como sobre el edadismo todavía muy presente en nuestra sociedad y la conveniencia de un uso adecuado del lenguaje en los medios y foros públicos. Un reciente artículo de Feliciano Villar, catedrático de la UB, aborda precisamente la representación de los mayores en los medios durante la pandemia Covid-19 y el edadismo.

Un término controvertido que muchos desaconsejamos, pero en el que no todo el mundo parece encontrar motivo de inconveniencia. En un reciente post publicado en un blog del CENIE (Centro Internacional sobre el Envejecimiento), la filósofa Josefa Ros Velasco ofrecía su propio relato sobre el desarrollo de este incidente en la red y además compartía algunas dudas en cuanto a si no se estará otorgando una excesiva importancia al mero uso de algunos términos en relación a la vejez y a las personas mayores. Esto me anima a seguir y alimentar este debate que, sin ser nuevo, sigue vigente. 

Además de las importantes aportaciones procedentes de la filosofía del lenguaje, es crucial la investigación llevada a cabo en campos como la neuropsicología, la neurolingüística o la psicología social. Distintos trabajos muestran en las últimas décadas la estrecha y compleja conexión entre lenguaje y la triada pensamiento/emoción/comportamiento.  Los estudios de Damásio han revelado la definitiva y en ocasiones ignorada influencia de las emociones en la toma de decisiones. La magnífica compilación de John Bargh que lleva por título “Por qué hacemos lo que hacemos, el poder del inconsciente” resume hallazgos de enorme interés para profundizar en este campo. Las publicaciones de Luis Castellanos, filósofo español especializado en el lenguaje señalan los efectos de las palabras en nuestra conducta y bienestar. Las intervenciones psicológicas dirigidas a mejorar el estado de ánimo y a orientar cambios en la conducta utilizan técnicas diversas que encuentran en el lenguaje una vía para identificar y revisar creencias, significados y pensamientos desadaptativos. El couching organizacional presta una especial atención a lo que las personas decimos para conducir procesos de acompañamiento  individual y supervisión de equipos. 

La lista de campos, disciplinas y contribuciones que aportan en este objeto de estudio es inmensa. Pero en  el debate que nos ocupa, quiero detenerme ahora en el análisis realizado por el lingüista y científico cognitivo George Lakoff. Este autor afirma que el pensamiento humano se organiza a través de lo que denomina marcos mentales, los cuales sirven para organizar e interpretar nuestro mundo interconectando conceptos. Marcos mentales que son activados cuando, en la vida cotidiana, utilizamos o escuchamos ciertos términos. Especial poder, según este experto, tienen los que actúan a modo de metáforas. 


Pongamos un par de ejemplos de la influencia de estos marcos mentales cuando optamos por unas expresiones u otras. Una de las metáforas que mayor arraigo tienen en el campo de la demencia es la de interpretar esta como una “muerte en vida” y  a quienes la padecen, sobre todo cuando el deterioro progresa, como un “zombi” que, en realidad, ha dejado de ser persona. Utilizar expresiones como “los errantes” (para referirnos a las personas que con deterioro cognitivo caminan de forma continuada con riesgo de perderse) o la de “troncos vacíos” (para denominar a quienes ya tienen una demencia muy avanzada) activan estos marcos mentales. Los cuales no son inocuos porque parten de la consideración del "ya no es persona", lo que puede acabar conduciendo a un trato inadecuado (ignorar a la persona en la conversación, no dar opción a que se exprese, no buscar la lógica de sus comportamientos, no proteger su intimidad, etc., etc.) ante la percepción de "qué más da lo que yo haga o lo que diga, si total...¡ya no se entera!”. 

Ejemplos que pueden dar una idea de cómo el uso de ciertas expresiones, frente a otras opciones, no es una mera opción de estilo o de capricho.  Las palabras, el lenguaje que utilizamos, es el principal vehículo de nuestro pensamiento (no el único), se vincula a emociones y orienta el comportamiento. Nuestras palabras reflejan nuestra consideración hacia los demás y reflexionar sobre ellas puede ayudarnos a re-considerar nuestra mirada y a orientar nuestro trato. Porque según vemos, tratamos.  No podemos perder de vista, como afirma el filósofo Xavier Etxeberria, que el buen reconocimiento del otro es una condición de partida e indispensable para el buen trato.

Desde hace décadas, grupos sociales que se sienten y se encuentran objetivamente en desventaja social (mujeres, personas con discapacidad, personas con demencia, minorías étnicas, personas LGTBI…) vienen defiendo la importancia de un uso responsable e inclusivo del lenguaje que utilizamos cuando nombramos a las personas y cuando nos referimos a estos colectivos. 

Cobran una especial relevancia, por el impacto y potencial modelaje que tienen, los discursos realizados en foros públicos (políticos, expertas, responsables del sector público y privado implicados en los cuidados sociosanitarios, etc.), así como los mensajes ofrecidos por los medios de comunicación, los anuncios publicitarios o el cine. El movimiento cultural por el cambio en la consideración de la vejez y en el cuidado de larga duración, que defiende que los servicios sociales y sanitarios pongan realmente en el centro a las personas, también se posiciona en esta defensa. Como afirma la profesora Amparo Suay en un excelente artículo titulado “Una nueva mirada en el tratamiento de los mayores en los medios desde la ética de la comunicación”, ésta es una responsabilidad colectiva, en la que la vejez y las personas mayores han recibido una menor atención que otros grupos sociales.


 ¿“Nuestros mayores”?

Dicho esto, vayamos ahora a la expresión que motiva este post, la de  “nuestros mayores”, un término controvertido que provoca reacciones y posicionamientos diversos. Sobre todo porque cuando se recurre al mismo, la buena intención preside el propósito comunicativo de quien habla. Con esta denominación normalmente se pretende mostrar cariño, compromiso, apoyo, respeto, homenaje y tributo a toda una generación. Sin pretender por mi parte desestimar la importancia de la intención comunicativa en el significado del lenguaje, vengo defendiendo y mantengo que el término “nuestros mayores” no es apropiado y debería  ser evitado cuando nos referimos en general a las personas mayores y especialmente en las intervenciones públicas


La intención comunicativa es un elemento importante para enjuiciar el significado de quien se expresa, pero no es el único en juego cuando nos referimos a la construcción de una visión colectiva de la vejez y a la percepción social de las personas mayores. No considero aceptable este término por varios motivos. 

En primer lugar, porque expresa uniformidad en cuanto al género y en cuanto al grupo. Y si hablamos de la vejez, del envejecimiento y de las personas mayores, nada más alejado de la realidad. Como bien sabemos, la evidencia científica reitera la enorme heterogeneidad que acompaña al proceso del envejecimiento humano. 

En segundo lugar, porque el uso del posesivo denota propiedad, escenario relacional que se aleja sustancialmente del de la interdependencia, que es a mi juicio el adecuado para comprender y abordar las relaciones entre personas, grupos y comunidades. 

En tercer lugar, porque la intención mayestática (mostrar respeto, admiración, honrar, brindar homenaje...) que puede albergar esta expresión, teniendo en cuenta los contextos temáticos en los que el discurso sobre la vejez suele producirse (problemas de salud, pensiones, protección social, situaciones derivadas de la fragilidad o la dependencia) queda subsumida por un abrazo paternalista y por el mensaje de estar ante un grupo desprotegido, carente,  frágil y, en consecuencia, necesitado de protección permanente. Algo que no responde a la realidad ni representa a la mayoría de las personas mayores, con capacidad y suficiente competencia para seguir dirigiendo su vida y tomar sus propias decisiones, sin necesidad alguna de sobreprotección por muy bienintencionada que ésta sea.

Tampoco me convence el mensaje que suele acompañar a esta expresión que de forma continua apela a la obligación moral de devolver a  “nuestros mayores” lo mucho que hicieron por la sociedad actual. Con ello no quiero restar valor al concepto de reciprocidad, esencial en las relaciones comunitarias, pero creo que es peligroso deslizar al terreno del agradecimiento lo que son sus derechos de ciudadanía (salud, pensiones, servicios sociales o vivienda, entre otros) y a los que las personas mayores, al igual que el resto de la sociedad, deben tener acceso. 

Propongo ahora hacer un ejercicio: pensar en la expresión “nuestros mayores”  cambiando de protagonistas. Si esta elocución se aplicara a otros grupos, si por ejemplo un(a) periodista o un(a) político dijera “nuestras mujeres” o “nuestros discapacitados” ¿qué reacción provocaría? ¿sería la misma que cuando se aplica a la población mayor? Lo pongo en duda. Probablemente la respuesta por parte de los colectivos que desde hace décadas defienden procesos de empoderamiento de estos grupos y personas no se haría esperar. Y creo que con muchísima razón. Preguntémonos entonces por qué esta denominación en las personas mayores no choca tanto. ¿Tal vez tenga que ver con creencias profundamente arraigadas, muchas de ellas inconscientes, que vinculan a las personas mayores con uniformidad, con falta de competencia, con carencia, con una caracterización que les infantiliza y con la  necesidad de protección permanente? Es amplia la literatura especializada que muestra la existencia de estos estereotipos negativos hacia las personas mayores, además de su relación con la discriminación social (edadismo) y el mal trato. De especial interés son los trabajos realizados por la profesora emérita de la UAM, Rocío Fernández-Ballesteros, reconocida gerontóloga en el ámbito nacional e internacional.

No me canso de recomendar el rotundo artículo de Anna Freixas, Solo míapublicado en el diario el País, en el que alude a la utilización de este término. Esta veterana, experta gerontóloga feminista, argumenta el paternalismo no deseado que esta expresión encierra, afirmando además que recurrir a la estrategia de la continua sentimentalización de la vejez no es más que una forma de menosprecio. No puedo estar más de acuerdo.

Para ir acabando también quiero hacer referencia al cuestionamiento de la  legitimidad de quienes todavía no han llegado a una edad avanzada para expresar consideraciones, en este caso, de cómo debe ser el lenguaje sobre la vejez y las personas mayores. Josefa Ros plantea si esto, acaso, no supone una muestra más del paternalismo que se pretende erradicar, al opinar y querer decidir sobre cómo las personas mayores deben ser nombradas.   

No cabe duda que la participación de las personas afectadas debe presidir en primera línea el diseño y desarrollo de las políticas, decisiones y propuestas. Pero, en primer lugar, hemos de saber que sobre esta cuestión el movimiento asociativo de personas mayores, tanto en nuestro país como en otros, ya se ha pronunciado. Distintas organizaciones, entre las que cabe citar a la  Confederación Española de Organizaciones de Mayores (CEOMA) y a la Unión Democrática de Pensionistas y Jubilados de España (UDP) rechazan con contundencia el lenguaje discriminatorio y concretamente el uso de la expresión “nuestros mayores” como se puede consultar en sus comunicados públicos y en las guías elaboradas para un uso responsable del lenguaje (al final de este artículo dejo algunos enlaces).

Pero además, me parece un error defender que quienes no hayan llegado a cierta de edad (¿cuál…a los 60, a los 65, a los 70, a los 83…?) deberían permanecer a la espera de pronunciarse, de pronunciarnos, sobre cuestiones que nos afectarán, salvo fallecimiento previo, en un futuro. Porque esto supondría trasladar el asunto del la vejez a un grupo poblacional cuando es algo que nos incumbe a todos, a todas. El envejecimiento debe ser abordado desde una perspectiva de ciclo vital y desde un enfoque intergeneracional, como así se lleva planteando, al  menos en un plano declarativo, en las distintas convenciones y documentos de consenso internacional que abordan y pretenden orientar las políticas de envejecimiento.

Comparto la advertencia del riesgo de quedarnos en el nivel superficial de las palabras. El análisis del lenguaje debe permitirnos captar el significado de nuestras expresiones,  tomar consciencia de la visión o significado que estas encierran y también del tipo de relaciones interpersonales y de reparto del poder que sostienen. Por ejemplo, no es lo mismo decir "en este centro les dejamos tomar sus propias decisiones" que "en este centro las personas toman sus propias decisiones".  

La revisión reflexiva del lenguaje en el cuidado que abordo en algunos de mis trabajos en los servicios gerontológicos, busca precisamente esto. El chequeo del lenguaje en las organizaciones es una práctica potente y muy recomendable. Para avanzar hacia modelos de atención centrada en la persona, ahora muy de moda con el riesgo que ello implica, es un ejercicio muy valioso ya que nos permite identificar creencias y actitudes sobre las que deberemos trabajar. Poco conseguiríamos si nos limitáramos a elaborar un listado de nuevas expresiones “políticamente correctas” tras un ejercicio automático de sustitución de palabras.

Las palabras sí que importan. Importan en todos los terrenos de la vida: en la familia, en las relaciones interpersonales, en el trabajo, en los negocios, en el arte o en el amor. En los procesos de cambio y aprendizaje, el lenguaje es un aliado imprescindible. No es algo baladí, su modo de utilización no resulta inocuo, aunque se aplique sin intención de dañar u ofender. En el contexto de los cuidados, las palabras tienen un especial efecto y poder porque afectan a personas muy vulnerables. En la construcción de un necesario cambio cultural en la vejez, en el que muchos y muchas estamos comprometidos, también. Como afirma George Lakoff “pensar de modo diferente requiere hablar de modo diferente".

Espero que estas consideraciones contribuyan al necesario debate sobre un lenguaje no discriminatorio en la vejez, el cual, sin duda, será de gran valor para seguir avanzando en este imparable proceso de re-construir una visión de la vejez según la cual las personas seamos vistas y apreciadas desde el valor y singularidad que guía cada proyecto de vida. En la que seamos vistas y apreciadas desde nuestras capacidades, contando con oportunidades para seguir contribuyendo a la sociedad de la que formamos parte, desde nuestros deseos de seguir viviendo con sentido y conectadas con los demás, aunque en ocasiones o llegado el caso, precisemos para ello apoyo, cuidados y protección de las comunidades a las que pertenecemos.

 

Algunas guías y documentos de recomendaciones publicados sobre el uso del lenguaje en relación al envejecimiento, a las personas mayores y al cambio cultural en el cuidado.

  

 


15 de junio de 2020

Personas mayores, lenguaje y buen/mal trato




El 15 de junio ha sido declarado por Naciones Unidas, como el Día Mundial de la Toma de Conciencia del Abuso y Mal trato en la Vejez, con el propósito de sensibilizar y alertar sobre este grave problema a la población mundial.

El maltrato en la vejez es un asunto multidimensional y lleva siendo objeto de atención y estudio desde hace décadas. En esta entrada quiero referirme al lenguaje cotidiano, un elemento de enorme trascendencia pero todavía bastante ignorado en la consideración de las personas mayores y, en consecuencia, un potencial canalizador del buen o del mal trato.


El lenguaje, espejo de nuestras creencias sobre la vejez y sobre las personas mayores

El lenguaje es el principal vehículo de nuestro pensamiento. Nuestras palabras reflejan las creencias que tenemos sobre el mundo. Dan cuenta de nuestra consideración de la vejez, de la discapacidad, de las personas mayores y del buen cuidado. Muestran la presencia o ausencia de reconocimiento a la dignidad inherente a todo ser humano. Sabemos, también que el pensamiento va ligado a las emociones y ambos influyen en el comportamiento.

Nuestras palabras son importantes en todos los ámbitos de la vida, pero resultan de especial relevancia en las personas y en los grupos especialmente vulnerables.  Sobre ello publiqué ya hace tres años un artículo en este mismo blog titulado Las palabras sí importan, que a su vez es un taller de formación reflexiva que vengo desarrollando con profesionales dedicados al cuidado de las personas en situación de dependencia.


El lenguaje que utilizamos para referirnos a las personas de más edad, a menudo, muestra una mirada impregnada de los numerosos estereotipos que se atribuyen a este grupo por el mero hecho de tener una edad avanzada. Características con frecuencia altamente negativas que etiquetan al conjunto de personas mayores como enfermas,  dependientes, con falta de competencia e incapacidad para aprender. Atributos que las muestran como si fueran niños, siempre frágiles, indefensas, aisladas y desprotegidas. Todo ello desde una apreciación de uniformidad,  como si el hecho de llegar a una edad actuara a modo de borrador de las diferencias individuales y nos convirtiera, de repente, en alguien “que ya es mayor” y, por tanto, necesitado de protección permanente. La edad, entonces, se muestra como una circunstancia capaz de explicar casi todo lo que sucede o acompaña a la persona, por el mero hecho de haber pasado al cajón de “los mayores”. 



La investigación científica señala que estas conclusiones se alejan de la realidad. Numerosos estudios procedentes de distintos campos de conocimiento muestran reiteradamente que la principal característica del proceso de envejecer es, precisamente, su enorme heterogeneidad. La evidencia empírica también nos advierte de que los estereotipos, en personas mayores, son la puerta de entrada del mal trato. Estos, frecuentemente asociados a creencias erróneas sobre los elementos carenciales de ésta, conducen a una mirada que simplifica y conduce a la estigmatización y a su menosprecio, al ignorar su variabilidad y, con ello, el valor que tiene cada individuo como un ser único y valioso, desde su trayectoria de vida, desde su diferencia.


El lenguaje sobre las personas mayores ante la  Covid-19

La pandemia ocasionada por este nuevo coronavirus ha sacado a la luz distintas actuaciones que ponen en tela de juicio el reconocimiento y el valor social que se otorga a las personas mayores.

Algunos de los sucesos acontecidos en nuestro país parecen haber conculcado derechos de las personas por el mero hecho de tener una edad avanzada, como la limitación que se ha producido en algunas Comunidades Autónomas en el acceso a determinadas atenciones y servicios sanitarios. Decisiones y actuaciones que están siendo analizadas y judicialmente investigadas.

Otras actuaciones más sutiles, pero también cargadas de un trasfondo claramente discriminador, como es el uso reiterado de un lenguaje marcadamente paternalista, parece que pasan de una forma inadvertida.

Algunas expresiones, como “nuestros mayores”, “nuestros abuelos”, tan bien intencionadas como tan poco reflexionadas, han sido repetidas hasta la saciedad por políticos, tertulianos y medios de comunicación. Elocuciones que ponen de manifiesto una visión estereotipada de la vejez que nos conduce a pensar y a considerar a las personas mayores como un grupo homogéneo necesitado de protección y afecto permanente. 

Recomiendo la lectura del rotundo artículo de Anna Freixas, titulado Solo mía, publicado en el periódico El País, donde esta veterana, experta gerontóloga feminista, ofrece argumentaciones que comparto en su totalidad, en relación al paternalismo no deseado que esta expresión encierra y a la consideración de que el recurso a la estrategia de la continua sentimentalización aplicada a la vejez no es más que una forma de menosprecio.


El lenguaje cotidiano en el cuidado de las personas mayores

Nuestro lenguaje, verbal y no verbal, es el instrumento básico para la comunicación interpersonal. El cuidado, desde el marco del buen trato, debe ser entendido esencialmente como un espacio de encuentro y de comunicación. Desde esta asunción, no podemos olvidar que nuestras palabras (junto con nuestros gestos y otras formas de lenguaje corporal) pueden ser elementos de buen trato, pero también ser una nociva fuente de maltrato. 

El lenguaje que dedicamos a la vejez y a las personas mayores viene siendo objeto de estudio desde hace décadas. En esta linea de investigación, el denominado “elder speak” ha sido definido como una forma de hablar que trata a las personas mayores como si fueran niños/as (entonación infantil, tono agudo, habla lenta, reducción de la longitud de las frases, simplificación gramatical,  uso de diminutivos, alta utilización de imperativos, términos excesivamente sentimentales, etc.) es un estilo de interacción que ha llegado a ser considerada como una forma de mal trato psicológico.

Nuestro lenguaje puede ser respetuoso, empático, acogedor y actuar así como un potente elemento empoderador de las personas que precisan cuidados. Pero también puede ser descalificador, amedrentador, amenazante, humillante y, en consecuencia, dañino y desempoderador. Unas veces de forma evidente y clara, y otras ejerciendo una influencia más sutil y  menos visible pero altamente perjudicial para las personas.




Personas mayores y lenguaje cotidiano. El poder de las palabras.

Quiero aprovechar esta entrada para difundir uno de mis últimos trabajos, una guía que lleva este título, destinada a orientar la revisión del lenguaje en los servicios y organizaciones dedicadas al cuidado de las personas mayores. El documento ha sido editado por Fundación Pilares, a quien agradezco de nuevo la publicación de este trabajo, en su colección Guías de la Fundación.


En este documento, escrito de una forma sencilla y con un formato práctico, analiza alrededor de 150 términos y expresiones habitualmente usados en los entornos de cuidados. Un trabajo que recopila observaciones y reflexiones recogidas en estos diez últimos años mediante sesiones de revisión participativa en las que se han implicado diferentes profesionales de centros de atención a personas mayores y a personas con discapacidad, a quienes también aprovecho estas líneas para expresar mi agradecimiento por su interés y compromiso con la mejora de la atención.

Quiero  destacar que aunque esta guía recoge variadas y numerosas expresiones que proceden de los entornos de cuidados, no es solo de interés para el ámbito profesional sino que también puede serlo para responsables públicos y privados, medios de comunicación y para la sociedad en general.

Debo insistir en que el propósito de esta guía no es ofrecer un listado de términos políticamente correctos sino orientar un proceso reflexivo sobre el lenguaje que utilizamos y de este modo tomar consciencia de nuestras creencias sobre las personas que precisan apoyos, sobre la vejez, la discapacidad y el buen cuidado.



Nota: Los derechos comerciales de esta obra han sido cedidos gratuitamente a Fundación Pilares, al igual que en publicaciones anteriores, desde mi reconocimiento y apoyo a su labor.



Esta guía se presentó el pasado 11 de de junio en un Webinar en el que participé acompañada de Pilar Rodríguez (presidenta de F. Pilares) y Loles Díaz Aledo (periodista jubilada).





En estos momentos, tras las duras situaciones vividas, especialmente para las personas mayores, sus familias y los profesionales, hemos podido visibilizar carencias en el actual modelo de cuidados a las personas en situación de dependencia de nuestro país. Carencias que no eran nuevas pero que han servido para quitar la venda a la sociedad. 

Asistimos, por tanto, a un momento de especial sensibilización social sobre la necesaria mejora que se precisa en los servicios que ofrecen cuidados de larga duración. Una mejora que no debería centrarse solo en la prevención de futuros contagios o emergencias sanitarias, sino  en ofrecer cuidados que permitan a las personas disfrutar de vidas dignas, lo que se traduce en lograr unos cuidados, en casa y en centros, que respeten y reconozcan a las personas como seres siempre valiosos y con derecho a mantener proyectos de vida propios y deseados.

Para ello, considero imprescindible, además de prever medidas que conduzcan a una actuación rápida y coordinada con los servicios sanitarios ante hipotéticas situaciones de emergencia, liderar una reforma en profundidad del actual modelo de cuidados, como así manifestamos más de mil firmantes en la Declaración Conjunta en favor de un necesario cambio en el modelo de cuidados de larga duración de nuestro país  ANTE LA CRISIS DE COVID-19: UNA OPORTUNIDAD DE UN MUNDO MEJOR.

Una transformación del sector en la cual es imprescindible partir de una profunda reflexión sobre cuál es y debe ser nuestra consideración social sobre la vejez y de las personas mayores que precisan cuidados.

La sensibilización de la sociedad sobre un uso responsable del lenguaje debería considerarse uno de los  objetivos prioritarios para conseguir un auténtico proceso de transformación. La reflexión sobre la mirada a la vejez, sobre las palabras que dedicamos a las personas mayores, se torna indispensable, no solo por parte de los profesionales sino también por responsables políticos, medios de comunicación, expertos y expertas de distintos ámbitos, familias y sociedad en general. Porque, como argumenta el lingüista y científico cognitivo George Lakoff, las palabras, las expresiones que utilizamos en el día a día activan marcos mentales previos que interpretan nuestro mundo, siendo preciso en ocasiones utilizar otras palabras que activen o creen marcos diferentes.





1 de abril de 2020

Ante la crisis de COVID-19: Una oportunidad de un mundo mejor






Declaración en favor de un necesario cambio en
el modelo de cuidados de larga duración 
de nuestro país

La crisis sanitaria que estamos padeciendo como consecuencia de la pandemia de COVID-19 evidencia con crudeza asuntos relacionados con la consideración y atención a las personas en situación de fragilidad, discapacidad y dependencia, muchas de ellas personas de edad avanzada y otras más jóvenes con grandes necesidades de apoyo.
Se trata de realidades que, sin ser nuevas, -de hecho vienen siendo objeto de debate y denuncia hace tiempo-, se hacen visibles ahora, ante la dureza de las situaciones que estamos viviendo. Noticias que nos conmueven, información e indicaciones diversas que se suceden y que en ocasiones nos confunden, temores y decisiones que entrañan importantes conflictos éticos que hay que abordar en tiempos imposibles.
Ahora, sin lugar a dudas, es momento de arrimar el hombro, de moderar nuestra “tormenta de emociones”, de postergar críticas catastrofistas o interesadas, para así contribuir, todos juntos, a salvar vidas y a minimizar los impactos negativos de todo esto. Las conclusiones llegarán luego, de la mano de datos fiables que nos permitan comparar situaciones, actuaciones y resultados.
Sin embargo, esta crisis está contribuyendo a que afloren carencias importantes en nuestro actual sistema de cuidados. También está evidenciando riesgos futuros en torno a cómo conjugar valores que deben estar equilibrados en el cuidado, como la salud y la libertad de las personas.
Será, por tanto, imprescindible que, una vez superado este episodio, abramos un debate sereno que conduzca a una revisión en profundidad del actual sistema de cuidados de nuestro país, contemplando sus fortalezas, pero sin obviar o restar importancia a sus carencias, ahora más que nunca visibles, y así poder afrontar con valentía y decisión los principales retos pendientes. Asuntos como la real garantía en la continuidad de los cuidados, la coordinación entre sistemas y servicios y por qué no, las dificultades que la actual estructura competencial conlleva a la hora de afrontar un modelo integrado de servicios e intervenciones profesionales, deberán ser objeto de análisis en pos de la coherencia, la eficacia y la eficiencia que necesitamos.
En este sentido, pensando en este futuro próximo, que vislumbramos como una oportunidad quienes firmamos este documento, queremos compartir algunas consideraciones:

Sobre el cuidado en casa

1/ La crisis de COVID-19 pone de manifiesto la gran invisibilidad y los escasos medios que hoy existen para garantizar un cuidado adecuado en el entorno domiciliario. Ante la ausencia de datos sobre cómo afecta la crisis sanitaria a las personas que reciben cuidados en casa, no es aventurado suponer que los contagios se han producido de una forma exponencial y que, tanto las cuidadoras como las personas que reciben cuidados, se han encontrado ante una importante improvisación y desprotección. En el ámbito del empleo de hogar y cuidados, donde se presta atención a cientos de miles de personas, es muy probable que haya sucedido lo mismo. Sin olvidar que decenas de miles de mujeres que trabajan en este sector no disfrutan de las mínimas condiciones de seguridad y legalidad, con las consecuencias personales que esta situación genera.
2/ La inmensa mayoría de las personas mayores en situación de fragilidad o dependencia, así como las personas de menor edad que tienen discapacidad, viven en su casa y han expresado con contundencia y de forma repetida, según las investigaciones sobre este tema, su deseo de continuar viviendo en ella y de seguir participando en su comunidad. Consideramos que, por tanto, es urgente e imprescindible avanzar en el diseño de una propuesta de atención integral en el domicilio que sea capaz de incorporar y coordinar los distintos papeles que cumplen los agentes implicados en esta atención: familias, servicios sociales en general y SAD en particular, atención primaria y especializada de salud, sector de empleo de hogar y cuidados, asistentes personales, voluntariado, servicios de proximidad e iniciativas de participación comunitaria.
3/ Es necesario disponer de un modelo de atención sociosanitaria integrada y centrada en las personas que viven en sus domicilios, desde la coordinación de aquellos servicios y apoyos necesarios para obtener la mejor calidad de vida de ellas y de su entorno familiar.  Los consensos científicos de organismos internacionales, como la OMS o la OCDE, así lo recomiendan y sugieren como metodología óptima y eficiente para llevar a cabo la gestión de casos (o coordinación de apoyos). Sin olvidar la necesaria sostenibilidad económica de las medidas que se emprendan, consideramos que debe avanzarse con determinación en este camino,  si queremos dar respuesta a los deseos de las personas y sus familias y evitar soluciones institucionales no deseadas. Ello exigirá un claro incremento presupuestario en este sector a corto plazo, si bien, a mediano plazo, se obtendrán importantes resultados de eficiencia en los cuidados prestados y mejoras en  la calidad de vida de las personas que los reciben.

Sobre el cuidado en centros residenciales
4/ Reconocemos y valoramos el esfuerzo “heroico” que están realizando los profesionales de los servicios residenciales en esta crisis, cuidando a las personas sin medios de protección y pagando el precio de un gran número de infectados. Las numerosas iniciativas de los centros que han decidido confinarse en equipo, quedándose a vivir con las personas hasta que esto pase, muestran la profesionalidad, el compromiso y la gran humanidad presente en este sector. Una decisión que debe ser reconocida y aplaudida.
5/ La escasez de profesionales y el carácter a menudo precario de las condiciones de trabajo en los servicios residenciales, algo ya sabido pero hasta la fecha no tomado como una prioridad social, es flagrante. Sin ser esta la condición única ni suficiente para garantizar la calidad de cuidados y apoyos, es una cuestión que debe ser seriamente considerada, como ya ha señalado el Defensor del Pueblo.
6/ Las personas que enferman en un centro residencial -en una situación como esta, de máxima gravedad- y siendo el principal grupo de riesgo, tienen derecho a la atención sanitaria pública por su condición de ciudadanos/as, tanto en atención primaria de salud como en especializada. No es admisible que sean privados/as de este derecho por su edad avanzada o por tener una gran discapacidad. El conjunto de los poderes públicos y, en particular, las CCAA que son quienes tienen la competencia de gestionar, financiar y/o de supervisar estas instituciones, deberán fortalecer los mecanismos de evaluación, supervisión y coordinación de las mismas para evitar situaciones indeseables como las que se han producido.
7/ Necesitamos un cambio en profundidad del modelo de alojamientos para personas mayores o personas con discapacidades que precisan apoyos para continuar con sus proyectos de vida. Es preciso que las alternativas de alojamiento que dispensen cuidados e intervenciones profesionales se orienten desde una atención centrada en las personas y no desde objetivos de mera custodia. La experiencia de otros países, avalada por décadas de desarrollo y evidencia científica, sugiere la bondad de desagregar los conceptos “vivienda” y “cuidados” haciendo depender cada uno de su ámbito competencial natural. Esta diferenciación, además de racionalizar el gasto en recursos destinados a los cuidados, nos alejaría definitivamente de los modelos institucionales. La vivienda garantiza espacio propio, intimidad; y en los entornos domésticos los cuidados y apoyos se ofrecen en función de las diferentes necesidades que genera el itinerario de cada situación de dependencia.
8/ Nos preocupa especialmente que, una vez concluida esta crisis sanitaria, se acabe priorizando la seguridad a costa de todo y se produzca un retorno al modelo institucional hospitalario como solución para el cuidado de las personas más dependientes que viven en centros residenciales. Una cosa es que las personas que allí vivan reciban la atención sanitaria que precisen y otra que las residencias acaben siendo hospitales. No podemos olvidar que habitualmente nuestro deseo es vivir “como en casa” cuando no es posible vivir en nuestro propio hogar. Existe sobrada evidencia científica que demuestra que las residencias tradicionales institucionales, donde se homogeneiza la atención, no ofrecen calidad de vida ni facilitan la participación, la contribución y la vida plena de las personas, ya que son lugares donde estas fácilmente pierden el control sobre ella. Los resultados demoledores de la evaluación de los centros psiquiátricos y asilos hace muchas décadas propiciaron la abolición de este tipo de instituciones. Es necesario apostar de una forma decidida por nuevos diseños arquitectónicos y nuevas fórmulas organizativas y de gestión lo más similares al hogar, donde se garantice la intimidad, se personalice el cuidado y se evite la continua rotación de profesionales, y donde el tiempo y las actividades se organicen pensando en las personas y en alimentar una vida con sentido. Es imprescindible apoyar y cuidar a los y las profesionales, dignificando su labor, supervisando el desarrollo de sus competencias de atención integral y relacional, invirtiendo en el cuidado de los equipos y en la mejora de las organizaciones. Esto no puede considerarse como algo superfluo y por tanto prescindible. Solo así podremos avanzar en el buen cuidado.
9/ Consideramos de especial importancia erradicar definitivamente los macrocentros y dejar de percibir como un lujo las habitaciones individuales. En los centros que almacenan personas, donde la mayoría de las habitaciones son compartidas, donde las personas permanecen casi todo el día en salas repletas de “internos” alineados, evitar el contagio cuando hay enfermedades fácilmente transmisibles, puede acabar siendo una misión imposible.  Pero no es este el único riesgo de este tipo de recursos. En ellos, conocer y tratar de una forma personalizada a quienes allí viven se puede acabar percibiendo como una utopía inalcanzable. Un riesgo que convierte lo cotidiano en un espacio adverso y perjudicial. Debemos, por tanto, trabajar por dejar atrás definitivamente este diseño residencial que responde a un modelo institucional del siglo XIX que ya ha sido abandonado hace décadas en otros países. Por ello, consideramos urgente que, desde el parque residencial que ahora existe, se generalice su tránsito hacia el cambio de modelo, contextualizándolo en la realidad concreta de cada centro.

Sobre los estereotipos en relación a la vejez y a la discapacidad
10/ Esta crisis también pone de manifiesto la existencia de numerosos y profundos estereotipos que todavía prevalecen y forjan una visión distorsionada, negativa y uniforme sobre las personas mayores, las personas con discapacidad y la vejez.
11/ Se repiten discursos que meten en el mismo “saco” de las personas mayores a un amplio grupo con características y necesidades muy diferentes. Unas, -la mayoría- son totalmente autónomas y no tienen problema alguno, mientras que otras se encuentran ciertamente en situaciones de gran vulnerabilidad y con necesidad de cuidados y protección. El mero hecho de haber cumplido cierta edad no las hace iguales. Esta es una narrativa que alimenta la pérdida de valor social de un grupo que se visualiza como uniforme y, esencialmente, no competente. Todo lo cual lleva a pensar en la vejez como una etapa vital que difumina las diferencias individuales, mientras que la evidencia gerontológica señala, justamente, todo lo contrario.
12/ Escuchamos y leemos comparecencias, noticias y redes sociales impregnadas de un lenguaje paternalista que apela a la lástima o a la obligación de devolver, como si de un favor se tratara, a “nuestros mayores”, a “nuestros abuelitos”, lo mucho que hicieron por la sociedad actual. Términos emocionales y seguramente bien intencionados que, sin embargo, delatan la ausencia de una mirada donde las personas de edad avanzada son, antes que nada, ciudadanas o ciudadanos adultos, con derechos y deberes.

13/ Algo similar sucede en relación a las personas con discapacidad, que frecuentemente son nombradas por sus patologías o déficits -también lo escuchamos repetidamente en esta crisis- lo que conduce a etiquetarlas en categorías vinculadas a sus carencias o dificultades, obviando su singularidad, sus fortalezas, así como su capacidad de contribuir a la sociedad.

14/ Las situaciones de amenaza que ponen en riesgo a las personas con mayor vulnerabilidad no deben suponer una pérdida de la consideración del valor y la competencia de estas. Todas las personas necesitan, necesitamos, un trato de igualdad con el resto de la ciudadanía. Homogeneizar, homegeneizarnos, aunque sea a través de valores como el "respeto" puede resultar muy peligroso. Todas las personas merecemos respeto y trato digno, cualquier sea nuestra edad o necesidad de apoyos.
15/ Por ello, consideramos también necesario realizar una profunda reflexión sobre nuestra mirada a la vejez, a las personas mayores y a la discapacidad, revisar nuestro lenguaje colectivo que continuamente estigmatiza e infantiliza a estas personas. La evidencia científica sitúa estas conductas en la base explicativa de los malos tratos. Porque nuestras palabras construyen y, también, contribuyen a crear un mundo mejor que todos y todas anhelamos.
Finalmente
16/ Consideramos que todo esto hace necesario la urgente revisión del actual modelo de atención a personas que precisan apoyos o cuidados para disfrutar de una vida plena, para dar respuestas diversas, globales y ecosistémicas y, con ello, el correspondiente escenario de financiación pública de los distintos servicios de apoyos y cuidados de larga duración, hoy día escaso y con notables diferencias entre los territorios autonómicos.

17/ Asimismo, quienes firmamos este documento, esperamos que esta crisis pueda convertirse en una oportunidad de lograr una mejor atención a las personas que la precisan, avanzando en la construcción de una sociedad de los cuidados donde el reconocimiento, la participación y el apoyo a quienes son más vulnerables, necesariamente se conviertan en un compromiso y en una prioridad social central.

Los abajo firmantes (figuran por orden alfabético), apoyan este documento a título personal. Asimismo, deseamos clarificar que ante la gran diversidad de representación del mundo asociativo hemos incorporado sólo a las organizaciones de personas mayores y de discapacidad de ámbito estatal. Desde el reconocimiento de la labor de otras muchas asociaciones y entidades de carácter autonómico y local, incluyendo las que realizan iniciativas de acción voluntaria en torno a las personas mayores o defienden sus derechos en calidad de familiares de afectados, invitamos a adherirse a esta declaración a todos quienes así lo deseen, enviando un correo donde se solicite la inclusión a esta lista inicial que por rapidez no se ha hecho más extensa, indicando: nombre, apellidos, profesión y centro/entidad de trabajo.  cambiomcuidadosesp@gmail.com


1. Abellán García, Antonio. Investigador. CSIC.
2. Amunarriz Pérez, Gerardo. Director General Matía Fundazioa.
3. Bermejo García, Lourdes. Dra. en Ciencias de la Educación. Consultora.
4. Bonafont Castillo, Anna. Enfermera. Profesora de Gerontología y Enfermería de la Facultad de Ciencias de Salud y Bienestar. U. Vic.
5. Comas Herrera, Adelina. Care Policy and Evaluation Centre (formerly Personal Social Services Research Unit, PSSRU). Department of Health Policy. London School of Economics and Political Science.
6. De Lorenzo García, Rafael. Jurista. Profesor titular de Trabajo Social. UNED.
7. Díaz Aledo, Loles. Periodista.
8. Díaz-Veiga, Pura. Psicóloga. Investigadora. Matía Instituto.
9. Durán Heras, Mª Ángeles. Ex-directora Departamento Análisis Socioeconómico, CSIC. Consultora
10. Fantova Azcoaga, Fernando. Consultor Social.
11. Goikoetxea Iturregui, Marije. Profesora de Ética. U. Deusto.
12. Hernández Gómez, Mercedes. Médica Atención Primaria.
13. Izal Fernández, María. Catedrática de Psicología. UAM
14. Kalache, Alexander. Ex-Director del Departamento de Envejecimiento y Curso de Vida de la OMS. Presidente International Longevity Centre Brazil (ILC-Brazil).
15. Lara Montero, Alfonso. Chief Executive Officer, European Social Network.
16. Lacasta Reoyo, Juan José. Trabajador Social. Consultor Organizacional. Presidente de DHO.
17. Leturia Arrazola, Francisco Javier. Psicólogo.
18. Martín Lesende, Iñaki. Médico Atención Primaria.
19. Martínez Gómez, Juan Manuel. Geriatra. Presidente de CEOMA.
20. Martínez Lozano, Isabel. Presidenta de HelpAge España.
21. Martínez Maroto, Antonio. Jurista Gerontólogo.
22. Martínez Rodríguez, Teresa. Psicóloga Gerontóloga. Principado de Asturias.
23. Montorio Cerrato, Ignacio. Catedrático de Psicología. UAM
24. Ortega Cachón, Iñaki. Director de Deusto Business School.
25. Pérez Bueno, Luis Cayo. Presidente del CERMI.
26. Pinazo Hernandis, Sacramento. Profesora Titular de Psicología. U. Valencia. Presidenta SVGG.
27. Ramos Feijóo, Clarisa. Profesora Dto. Trabajo Social y Servicios Sociales. U. Alicante.
28. Regato Pajares, Pilar. Médica Atención Primaria.
29. Ribera Casado, José Manuel. Catedrático emérito de Geriatría. U. Complutense.
30. Rodríguez Cabrero, Gregorio. Catedrático de Sociología de la U. Alcalá.
31. Rodríguez Rodríguez, Pilar. Gerontóloga. Presidenta Fundación Pilares para la Autonomía Personal.
32. Sancho Castiello, Mayte. Psicóloga Gerontóloga.
33. Seoane Rodríguez, José Antonio. Catedrático de Filosofía del Derecho. U. da Coruña.
34. Tamarit Cuadrado, Javier. Psicólogo. Plena Inclusión España.
35. Tricio Gómez, Paca. Presidenta de UDP.
36. Vela Caudevilla, Juan. Trabajador y Educador Social. Presidente Federación Lares.
37. Villar Posada, Feliciano. Catedrático de Psicología del Envejecimiento. U. Barcelona.
38. Zalakain Hernández, Joseba. Director del SIIS.
39. Zunzunegui, Viki. Catedrática de Epidemiología. Escuela de Salud Pública, U. Montreal. 
Sigue....