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13 de febrero de 2021

"Nuestros mayores", una expresión a debate. Por Teresa Martínez

 


La relación entre lenguaje y pensamiento, cómo las palabras construyen pensamiento y cómo nuestras creencias se consolidan o se van modificado a través de aquellas, es objeto de reflexión y estudio desde hace mucho tiempo.

Aunque en este blog ya he dedicado varias entradas a este asunto [Las palabras sí importan (2017) y Personas mayores, buen trato y mal trato (2020)], vuelvo de nuevo a ello. El motivo es un pequeño revuelo generado en twitter después que Jordi Évole recurriera a la expresión “nuestros mayores” para felicitar al magnífico programa sobre visiones en la vejez que emitió Salvados en la Sexta TV el pasado 31 de enero. Distintas organizaciones y algunos profesionales le advirtieron sobre la inadecuación de este término, sin en ningún momento atribuir a este reconocido periodista una intención ofensiva hacia las personas mayores.


“Nuestros mayores” es una denominación muy utilizada que habitualmente se enuncia  en un tono amable y condescendiente para referirse al variado conjunto de la población que ha superado cierta edad. Un término que enoja a gran parte del movimiento asociativo de personas mayores y también a distintas entidades relacionadas con el envejecimiento. 

Una expresión que ha sido repetida hasta la saciedad en esta pandemia por parte de políticos, medios de comunicación y también por profesionales. En la Declaración “Ante la crisis de la Covid-19: una oportunidad de un mundo mejor”, firmada por 1.134 personas de diferentes ámbitos y disciplinas, nos posicionábamos sobre las diversas carencias que había mostrado esta situación y la urgente necesidad de cambiar el actual modelo de cuidados de larga duración, así como sobre el edadismo todavía muy presente en nuestra sociedad y la conveniencia de un uso adecuado del lenguaje en los medios y foros públicos. Un reciente artículo de Feliciano Villar, catedrático de la UB, aborda precisamente la representación de los mayores en los medios durante la pandemia Covid-19 y el edadismo.

Un término controvertido que muchos desaconsejamos, pero en el que no todo el mundo parece encontrar motivo de inconveniencia. En un reciente post publicado en un blog del CENIE (Centro Internacional sobre el Envejecimiento), la filósofa Josefa Ros Velasco ofrecía su propio relato sobre el desarrollo de este incidente en la red y además compartía algunas dudas en cuanto a si no se estará otorgando una excesiva importancia al mero uso de algunos términos en relación a la vejez y a las personas mayores. Esto me anima a seguir y alimentar este debate que, sin ser nuevo, sigue vigente. 

Además de las importantes aportaciones procedentes de la filosofía del lenguaje, es crucial la investigación llevada a cabo en campos como la neuropsicología, la neurolingüística o la psicología social. Distintos trabajos muestran en las últimas décadas la estrecha y compleja conexión entre lenguaje y la triada pensamiento/emoción/comportamiento.  Los estudios de Damásio han revelado la definitiva y en ocasiones ignorada influencia de las emociones en la toma de decisiones. La magnífica compilación de John Bargh que lleva por título “Por qué hacemos lo que hacemos, el poder del inconsciente” resume hallazgos de enorme interés para profundizar en este campo. Las publicaciones de Luis Castellanos, filósofo español especializado en el lenguaje señalan los efectos de las palabras en nuestra conducta y bienestar. Las intervenciones psicológicas dirigidas a mejorar el estado de ánimo y a orientar cambios en la conducta utilizan técnicas diversas que encuentran en el lenguaje una vía para identificar y revisar creencias, significados y pensamientos desadaptativos. El couching organizacional presta una especial atención a lo que las personas decimos para conducir procesos de acompañamiento  individual y supervisión de equipos. 

La lista de campos, disciplinas y contribuciones que aportan en este objeto de estudio es inmensa. Pero en  el debate que nos ocupa, quiero detenerme ahora en el análisis realizado por el lingüista y científico cognitivo George Lakoff. Este autor afirma que el pensamiento humano se organiza a través de lo que denomina marcos mentales, los cuales sirven para organizar e interpretar nuestro mundo interconectando conceptos. Marcos mentales que son activados cuando, en la vida cotidiana, utilizamos o escuchamos ciertos términos. Especial poder, según este experto, tienen los que actúan a modo de metáforas. 


Pongamos un par de ejemplos de la influencia de estos marcos mentales cuando optamos por unas expresiones u otras. Una de las metáforas que mayor arraigo tienen en el campo de la demencia es la de interpretar esta como una “muerte en vida” y  a quienes la padecen, sobre todo cuando el deterioro progresa, como un “zombi” que, en realidad, ha dejado de ser persona. Utilizar expresiones como “los errantes” (para referirnos a las personas que con deterioro cognitivo caminan de forma continuada con riesgo de perderse) o la de “troncos vacíos” (para denominar a quienes ya tienen una demencia muy avanzada) activan estos marcos mentales. Los cuales no son inocuos porque parten de la consideración del "ya no es persona", lo que puede acabar conduciendo a un trato inadecuado (ignorar a la persona en la conversación, no dar opción a que se exprese, no buscar la lógica de sus comportamientos, no proteger su intimidad, etc., etc.) ante la percepción de "qué más da lo que yo haga o lo que diga, si total...¡ya no se entera!”. 

Ejemplos que pueden dar una idea de cómo el uso de ciertas expresiones, frente a otras opciones, no es una mera opción de estilo o de capricho.  Las palabras, el lenguaje que utilizamos, es el principal vehículo de nuestro pensamiento (no el único), se vincula a emociones y orienta el comportamiento. Nuestras palabras reflejan nuestra consideración hacia los demás y reflexionar sobre ellas puede ayudarnos a re-considerar nuestra mirada y a orientar nuestro trato. Porque según vemos, tratamos.  No podemos perder de vista, como afirma el filósofo Xavier Etxeberria, que el buen reconocimiento del otro es una condición de partida e indispensable para el buen trato.

Desde hace décadas, grupos sociales que se sienten y se encuentran objetivamente en desventaja social (mujeres, personas con discapacidad, personas con demencia, minorías étnicas, personas LGTBI…) vienen defiendo la importancia de un uso responsable e inclusivo del lenguaje que utilizamos cuando nombramos a las personas y cuando nos referimos a estos colectivos. 

Cobran una especial relevancia, por el impacto y potencial modelaje que tienen, los discursos realizados en foros públicos (políticos, expertas, responsables del sector público y privado implicados en los cuidados sociosanitarios, etc.), así como los mensajes ofrecidos por los medios de comunicación, los anuncios publicitarios o el cine. El movimiento cultural por el cambio en la consideración de la vejez y en el cuidado de larga duración, que defiende que los servicios sociales y sanitarios pongan realmente en el centro a las personas, también se posiciona en esta defensa. Como afirma la profesora Amparo Suay en un excelente artículo titulado “Una nueva mirada en el tratamiento de los mayores en los medios desde la ética de la comunicación”, ésta es una responsabilidad colectiva, en la que la vejez y las personas mayores han recibido una menor atención que otros grupos sociales.


 ¿“Nuestros mayores”?

Dicho esto, vayamos ahora a la expresión que motiva este post, la de  “nuestros mayores”, un término controvertido que provoca reacciones y posicionamientos diversos. Sobre todo porque cuando se recurre al mismo, la buena intención preside el propósito comunicativo de quien habla. Con esta denominación normalmente se pretende mostrar cariño, compromiso, apoyo, respeto, homenaje y tributo a toda una generación. Sin pretender por mi parte desestimar la importancia de la intención comunicativa en el significado del lenguaje, vengo defendiendo y mantengo que el término “nuestros mayores” no es apropiado y debería  ser evitado cuando nos referimos en general a las personas mayores y especialmente en las intervenciones públicas


La intención comunicativa es un elemento importante para enjuiciar el significado de quien se expresa, pero no es el único en juego cuando nos referimos a la construcción de una visión colectiva de la vejez y a la percepción social de las personas mayores. No considero aceptable este término por varios motivos. 

En primer lugar, porque expresa uniformidad en cuanto al género y en cuanto al grupo. Y si hablamos de la vejez, del envejecimiento y de las personas mayores, nada más alejado de la realidad. Como bien sabemos, la evidencia científica reitera la enorme heterogeneidad que acompaña al proceso del envejecimiento humano. 

En segundo lugar, porque el uso del posesivo denota propiedad, escenario relacional que se aleja sustancialmente del de la interdependencia, que es a mi juicio el adecuado para comprender y abordar las relaciones entre personas, grupos y comunidades. 

En tercer lugar, porque la intención mayestática (mostrar respeto, admiración, honrar, brindar homenaje...) que puede albergar esta expresión, teniendo en cuenta los contextos temáticos en los que el discurso sobre la vejez suele producirse (problemas de salud, pensiones, protección social, situaciones derivadas de la fragilidad o la dependencia) queda subsumida por un abrazo paternalista y por el mensaje de estar ante un grupo desprotegido, carente,  frágil y, en consecuencia, necesitado de protección permanente. Algo que no responde a la realidad ni representa a la mayoría de las personas mayores, con capacidad y suficiente competencia para seguir dirigiendo su vida y tomar sus propias decisiones, sin necesidad alguna de sobreprotección por muy bienintencionada que ésta sea.

Tampoco me convence el mensaje que suele acompañar a esta expresión que de forma continua apela a la obligación moral de devolver a  “nuestros mayores” lo mucho que hicieron por la sociedad actual. Con ello no quiero restar valor al concepto de reciprocidad, esencial en las relaciones comunitarias, pero creo que es peligroso deslizar al terreno del agradecimiento lo que son sus derechos de ciudadanía (salud, pensiones, servicios sociales o vivienda, entre otros) y a los que las personas mayores, al igual que el resto de la sociedad, deben tener acceso. 

Propongo ahora hacer un ejercicio: pensar en la expresión “nuestros mayores”  cambiando de protagonistas. Si esta elocución se aplicara a otros grupos, si por ejemplo un(a) periodista o un(a) político dijera “nuestras mujeres” o “nuestros discapacitados” ¿qué reacción provocaría? ¿sería la misma que cuando se aplica a la población mayor? Lo pongo en duda. Probablemente la respuesta por parte de los colectivos que desde hace décadas defienden procesos de empoderamiento de estos grupos y personas no se haría esperar. Y creo que con muchísima razón. Preguntémonos entonces por qué esta denominación en las personas mayores no choca tanto. ¿Tal vez tenga que ver con creencias profundamente arraigadas, muchas de ellas inconscientes, que vinculan a las personas mayores con uniformidad, con falta de competencia, con carencia, con una caracterización que les infantiliza y con la  necesidad de protección permanente? Es amplia la literatura especializada que muestra la existencia de estos estereotipos negativos hacia las personas mayores, además de su relación con la discriminación social (edadismo) y el mal trato. De especial interés son los trabajos realizados por la profesora emérita de la UAM, Rocío Fernández-Ballesteros, reconocida gerontóloga en el ámbito nacional e internacional.

No me canso de recomendar el rotundo artículo de Anna Freixas, Solo míapublicado en el diario el País, en el que alude a la utilización de este término. Esta veterana, experta gerontóloga feminista, argumenta el paternalismo no deseado que esta expresión encierra, afirmando además que recurrir a la estrategia de la continua sentimentalización de la vejez no es más que una forma de menosprecio. No puedo estar más de acuerdo.

Para ir acabando también quiero hacer referencia al cuestionamiento de la  legitimidad de quienes todavía no han llegado a una edad avanzada para expresar consideraciones, en este caso, de cómo debe ser el lenguaje sobre la vejez y las personas mayores. Josefa Ros plantea si esto, acaso, no supone una muestra más del paternalismo que se pretende erradicar, al opinar y querer decidir sobre cómo las personas mayores deben ser nombradas.   

No cabe duda que la participación de las personas afectadas debe presidir en primera línea el diseño y desarrollo de las políticas, decisiones y propuestas. Pero, en primer lugar, hemos de saber que sobre esta cuestión el movimiento asociativo de personas mayores, tanto en nuestro país como en otros, ya se ha pronunciado. Distintas organizaciones, entre las que cabe citar a la  Confederación Española de Organizaciones de Mayores (CEOMA) y a la Unión Democrática de Pensionistas y Jubilados de España (UDP) rechazan con contundencia el lenguaje discriminatorio y concretamente el uso de la expresión “nuestros mayores” como se puede consultar en sus comunicados públicos y en las guías elaboradas para un uso responsable del lenguaje (al final de este artículo dejo algunos enlaces).

Pero además, me parece un error defender que quienes no hayan llegado a cierta de edad (¿cuál…a los 60, a los 65, a los 70, a los 83…?) deberían permanecer a la espera de pronunciarse, de pronunciarnos, sobre cuestiones que nos afectarán, salvo fallecimiento previo, en un futuro. Porque esto supondría trasladar el asunto del la vejez a un grupo poblacional cuando es algo que nos incumbe a todos, a todas. El envejecimiento debe ser abordado desde una perspectiva de ciclo vital y desde un enfoque intergeneracional, como así se lleva planteando, al  menos en un plano declarativo, en las distintas convenciones y documentos de consenso internacional que abordan y pretenden orientar las políticas de envejecimiento.

Comparto la advertencia del riesgo de quedarnos en el nivel superficial de las palabras. El análisis del lenguaje debe permitirnos captar el significado de nuestras expresiones,  tomar consciencia de la visión o significado que estas encierran y también del tipo de relaciones interpersonales y de reparto del poder que sostienen. Por ejemplo, no es lo mismo decir "en este centro les dejamos tomar sus propias decisiones" que "en este centro las personas toman sus propias decisiones".  

La revisión reflexiva del lenguaje en el cuidado que abordo en algunos de mis trabajos en los servicios gerontológicos, busca precisamente esto. El chequeo del lenguaje en las organizaciones es una práctica potente y muy recomendable. Para avanzar hacia modelos de atención centrada en la persona, ahora muy de moda con el riesgo que ello implica, es un ejercicio muy valioso ya que nos permite identificar creencias y actitudes sobre las que deberemos trabajar. Poco conseguiríamos si nos limitáramos a elaborar un listado de nuevas expresiones “políticamente correctas” tras un ejercicio automático de sustitución de palabras.

Las palabras sí que importan. Importan en todos los terrenos de la vida: en la familia, en las relaciones interpersonales, en el trabajo, en los negocios, en el arte o en el amor. En los procesos de cambio y aprendizaje, el lenguaje es un aliado imprescindible. No es algo baladí, su modo de utilización no resulta inocuo, aunque se aplique sin intención de dañar u ofender. En el contexto de los cuidados, las palabras tienen un especial efecto y poder porque afectan a personas muy vulnerables. En la construcción de un necesario cambio cultural en la vejez, en el que muchos y muchas estamos comprometidos, también. Como afirma George Lakoff “pensar de modo diferente requiere hablar de modo diferente".

Espero que estas consideraciones contribuyan al necesario debate sobre un lenguaje no discriminatorio en la vejez, el cual, sin duda, será de gran valor para seguir avanzando en este imparable proceso de re-construir una visión de la vejez según la cual las personas seamos vistas y apreciadas desde el valor y singularidad que guía cada proyecto de vida. En la que seamos vistas y apreciadas desde nuestras capacidades, contando con oportunidades para seguir contribuyendo a la sociedad de la que formamos parte, desde nuestros deseos de seguir viviendo con sentido y conectadas con los demás, aunque en ocasiones o llegado el caso, precisemos para ello apoyo, cuidados y protección de las comunidades a las que pertenecemos.

 

Algunas guías y documentos de recomendaciones publicados sobre el uso del lenguaje en relación al envejecimiento, a las personas mayores y al cambio cultural en el cuidado.