NOTA

La autora permite la difusión de los artículos publicados en este blog por parte de otros medios digitales siempre que se respeten dos condiciones: 1) Poner al principio el título del artículo y su autoría; 2) Realizar una entradilla y tras ella añadir una indicación tipo “seguir leyendo” en el que exista un link que lleve al lector o lectora al artículo original del blog . No se autoriza, por tanto la reproducción total ni parcial de los artículos si no es por este sistema.

15 de junio de 2020

Personas mayores, lenguaje y buen/mal trato




El 15 de junio ha sido declarado por Naciones Unidas, como el Día Mundial de la Toma de Conciencia del Abuso y Mal trato en la Vejez, con el propósito de sensibilizar y alertar sobre este grave problema a la población mundial.

El maltrato en la vejez es un asunto multidimensional y lleva siendo objeto de atención y estudio desde hace décadas. En esta entrada quiero referirme al lenguaje cotidiano, un elemento de enorme trascendencia pero todavía bastante ignorado en la consideración de las personas mayores y, en consecuencia, un potencial canalizador del buen o del mal trato.


El lenguaje, espejo de nuestras creencias sobre la vejez y sobre las personas mayores

El lenguaje es el principal vehículo de nuestro pensamiento. Nuestras palabras reflejan las creencias que tenemos sobre el mundo. Dan cuenta de nuestra consideración de la vejez, de la discapacidad, de las personas mayores y del buen cuidado. Muestran la presencia o ausencia de reconocimiento a la dignidad inherente a todo ser humano. Sabemos, también que el pensamiento va ligado a las emociones y ambos influyen en el comportamiento.

Nuestras palabras son importantes en todos los ámbitos de la vida, pero resultan de especial relevancia en las personas y en los grupos especialmente vulnerables.  Sobre ello publiqué ya hace tres años un artículo en este mismo blog titulado Las palabras sí importan, que a su vez es un taller de formación reflexiva que vengo desarrollando con profesionales dedicados al cuidado de las personas en situación de dependencia.


El lenguaje que utilizamos para referirnos a las personas de más edad, a menudo, muestra una mirada impregnada de los numerosos estereotipos que se atribuyen a este grupo por el mero hecho de tener una edad avanzada. Características con frecuencia altamente negativas que etiquetan al conjunto de personas mayores como enfermas,  dependientes, con falta de competencia e incapacidad para aprender. Atributos que las muestran como si fueran niños, siempre frágiles, indefensas, aisladas y desprotegidas. Todo ello desde una apreciación de uniformidad,  como si el hecho de llegar a una edad actuara a modo de borrador de las diferencias individuales y nos convirtiera, de repente, en alguien “que ya es mayor” y, por tanto, necesitado de protección permanente. La edad, entonces, se muestra como una circunstancia capaz de explicar casi todo lo que sucede o acompaña a la persona, por el mero hecho de haber pasado al cajón de “los mayores”. 



La investigación científica señala que estas conclusiones se alejan de la realidad. Numerosos estudios procedentes de distintos campos de conocimiento muestran reiteradamente que la principal característica del proceso de envejecer es, precisamente, su enorme heterogeneidad. La evidencia empírica también nos advierte de que los estereotipos, en personas mayores, son la puerta de entrada del mal trato. Estos, frecuentemente asociados a creencias erróneas sobre los elementos carenciales de ésta, conducen a una mirada que simplifica y conduce a la estigmatización y a su menosprecio, al ignorar su variabilidad y, con ello, el valor que tiene cada individuo como un ser único y valioso, desde su trayectoria de vida, desde su diferencia.


El lenguaje sobre las personas mayores ante la  Covid-19

La pandemia ocasionada por este nuevo coronavirus ha sacado a la luz distintas actuaciones que ponen en tela de juicio el reconocimiento y el valor social que se otorga a las personas mayores.

Algunos de los sucesos acontecidos en nuestro país parecen haber conculcado derechos de las personas por el mero hecho de tener una edad avanzada, como la limitación que se ha producido en algunas Comunidades Autónomas en el acceso a determinadas atenciones y servicios sanitarios. Decisiones y actuaciones que están siendo analizadas y judicialmente investigadas.

Otras actuaciones más sutiles, pero también cargadas de un trasfondo claramente discriminador, como es el uso reiterado de un lenguaje marcadamente paternalista, parece que pasan de una forma inadvertida.

Algunas expresiones, como “nuestros mayores”, “nuestros abuelos”, tan bien intencionadas como tan poco reflexionadas, han sido repetidas hasta la saciedad por políticos, tertulianos y medios de comunicación. Elocuciones que ponen de manifiesto una visión estereotipada de la vejez que nos conduce a pensar y a considerar a las personas mayores como un grupo homogéneo necesitado de protección y afecto permanente. 

Recomiendo la lectura del rotundo artículo de Anna Freixas, titulado Solo mía, publicado en el periódico El País, donde esta veterana, experta gerontóloga feminista, ofrece argumentaciones que comparto en su totalidad, en relación al paternalismo no deseado que esta expresión encierra y a la consideración de que el recurso a la estrategia de la continua sentimentalización aplicada a la vejez no es más que una forma de menosprecio.


El lenguaje cotidiano en el cuidado de las personas mayores

Nuestro lenguaje, verbal y no verbal, es el instrumento básico para la comunicación interpersonal. El cuidado, desde el marco del buen trato, debe ser entendido esencialmente como un espacio de encuentro y de comunicación. Desde esta asunción, no podemos olvidar que nuestras palabras (junto con nuestros gestos y otras formas de lenguaje corporal) pueden ser elementos de buen trato, pero también ser una nociva fuente de maltrato. 

El lenguaje que dedicamos a la vejez y a las personas mayores viene siendo objeto de estudio desde hace décadas. En esta linea de investigación, el denominado “elder speak” ha sido definido como una forma de hablar que trata a las personas mayores como si fueran niños/as (entonación infantil, tono agudo, habla lenta, reducción de la longitud de las frases, simplificación gramatical,  uso de diminutivos, alta utilización de imperativos, términos excesivamente sentimentales, etc.) es un estilo de interacción que ha llegado a ser considerada como una forma de mal trato psicológico.

Nuestro lenguaje puede ser respetuoso, empático, acogedor y actuar así como un potente elemento empoderador de las personas que precisan cuidados. Pero también puede ser descalificador, amedrentador, amenazante, humillante y, en consecuencia, dañino y desempoderador. Unas veces de forma evidente y clara, y otras ejerciendo una influencia más sutil y  menos visible pero altamente perjudicial para las personas.




Personas mayores y lenguaje cotidiano. El poder de las palabras.

Quiero aprovechar esta entrada para difundir uno de mis últimos trabajos, una guía que lleva este título, destinada a orientar la revisión del lenguaje en los servicios y organizaciones dedicadas al cuidado de las personas mayores. El documento ha sido editado por Fundación Pilares, a quien agradezco de nuevo la publicación de este trabajo, en su colección Guías de la Fundación.


En este documento, escrito de una forma sencilla y con un formato práctico, analiza alrededor de 150 términos y expresiones habitualmente usados en los entornos de cuidados. Un trabajo que recopila observaciones y reflexiones recogidas en estos diez últimos años mediante sesiones de revisión participativa en las que se han implicado diferentes profesionales de centros de atención a personas mayores y a personas con discapacidad, a quienes también aprovecho estas líneas para expresar mi agradecimiento por su interés y compromiso con la mejora de la atención.

Quiero  destacar que aunque esta guía recoge variadas y numerosas expresiones que proceden de los entornos de cuidados, no es solo de interés para el ámbito profesional sino que también puede serlo para responsables públicos y privados, medios de comunicación y para la sociedad en general.

Debo insistir en que el propósito de esta guía no es ofrecer un listado de términos políticamente correctos sino orientar un proceso reflexivo sobre el lenguaje que utilizamos y de este modo tomar consciencia de nuestras creencias sobre las personas que precisan apoyos, sobre la vejez, la discapacidad y el buen cuidado.



Nota: Los derechos comerciales de esta obra han sido cedidos gratuitamente a Fundación Pilares, al igual que en publicaciones anteriores, desde mi reconocimiento y apoyo a su labor.



Esta guía se presentó el pasado 11 de de junio en un Webinar en el que participé acompañada de Pilar Rodríguez (presidenta de F. Pilares) y Loles Díaz Aledo (periodista jubilada).





En estos momentos, tras las duras situaciones vividas, especialmente para las personas mayores, sus familias y los profesionales, hemos podido visibilizar carencias en el actual modelo de cuidados a las personas en situación de dependencia de nuestro país. Carencias que no eran nuevas pero que han servido para quitar la venda a la sociedad. 

Asistimos, por tanto, a un momento de especial sensibilización social sobre la necesaria mejora que se precisa en los servicios que ofrecen cuidados de larga duración. Una mejora que no debería centrarse solo en la prevención de futuros contagios o emergencias sanitarias, sino  en ofrecer cuidados que permitan a las personas disfrutar de vidas dignas, lo que se traduce en lograr unos cuidados, en casa y en centros, que respeten y reconozcan a las personas como seres siempre valiosos y con derecho a mantener proyectos de vida propios y deseados.

Para ello, considero imprescindible, además de prever medidas que conduzcan a una actuación rápida y coordinada con los servicios sanitarios ante hipotéticas situaciones de emergencia, liderar una reforma en profundidad del actual modelo de cuidados, como así manifestamos más de mil firmantes en la Declaración Conjunta en favor de un necesario cambio en el modelo de cuidados de larga duración de nuestro país  ANTE LA CRISIS DE COVID-19: UNA OPORTUNIDAD DE UN MUNDO MEJOR.

Una transformación del sector en la cual es imprescindible partir de una profunda reflexión sobre cuál es y debe ser nuestra consideración social sobre la vejez y de las personas mayores que precisan cuidados.

La sensibilización de la sociedad sobre un uso responsable del lenguaje debería considerarse uno de los  objetivos prioritarios para conseguir un auténtico proceso de transformación. La reflexión sobre la mirada a la vejez, sobre las palabras que dedicamos a las personas mayores, se torna indispensable, no solo por parte de los profesionales sino también por responsables políticos, medios de comunicación, expertos y expertas de distintos ámbitos, familias y sociedad en general. Porque, como argumenta el lingüista y científico cognitivo George Lakoff, las palabras, las expresiones que utilizamos en el día a día activan marcos mentales previos que interpretan nuestro mundo, siendo preciso en ocasiones utilizar otras palabras que activen o creen marcos diferentes.





1 de abril de 2020

Ante la crisis de COVID-19: Una oportunidad de un mundo mejor






Declaración en favor de un necesario cambio en
el modelo de cuidados de larga duración 
de nuestro país

La crisis sanitaria que estamos padeciendo como consecuencia de la pandemia de COVID-19 evidencia con crudeza asuntos relacionados con la consideración y atención a las personas en situación de fragilidad, discapacidad y dependencia, muchas de ellas personas de edad avanzada y otras más jóvenes con grandes necesidades de apoyo.
Se trata de realidades que, sin ser nuevas, -de hecho vienen siendo objeto de debate y denuncia hace tiempo-, se hacen visibles ahora, ante la dureza de las situaciones que estamos viviendo. Noticias que nos conmueven, información e indicaciones diversas que se suceden y que en ocasiones nos confunden, temores y decisiones que entrañan importantes conflictos éticos que hay que abordar en tiempos imposibles.
Ahora, sin lugar a dudas, es momento de arrimar el hombro, de moderar nuestra “tormenta de emociones”, de postergar críticas catastrofistas o interesadas, para así contribuir, todos juntos, a salvar vidas y a minimizar los impactos negativos de todo esto. Las conclusiones llegarán luego, de la mano de datos fiables que nos permitan comparar situaciones, actuaciones y resultados.
Sin embargo, esta crisis está contribuyendo a que afloren carencias importantes en nuestro actual sistema de cuidados. También está evidenciando riesgos futuros en torno a cómo conjugar valores que deben estar equilibrados en el cuidado, como la salud y la libertad de las personas.
Será, por tanto, imprescindible que, una vez superado este episodio, abramos un debate sereno que conduzca a una revisión en profundidad del actual sistema de cuidados de nuestro país, contemplando sus fortalezas, pero sin obviar o restar importancia a sus carencias, ahora más que nunca visibles, y así poder afrontar con valentía y decisión los principales retos pendientes. Asuntos como la real garantía en la continuidad de los cuidados, la coordinación entre sistemas y servicios y por qué no, las dificultades que la actual estructura competencial conlleva a la hora de afrontar un modelo integrado de servicios e intervenciones profesionales, deberán ser objeto de análisis en pos de la coherencia, la eficacia y la eficiencia que necesitamos.
En este sentido, pensando en este futuro próximo, que vislumbramos como una oportunidad quienes firmamos este documento, queremos compartir algunas consideraciones:

Sobre el cuidado en casa

1/ La crisis de COVID-19 pone de manifiesto la gran invisibilidad y los escasos medios que hoy existen para garantizar un cuidado adecuado en el entorno domiciliario. Ante la ausencia de datos sobre cómo afecta la crisis sanitaria a las personas que reciben cuidados en casa, no es aventurado suponer que los contagios se han producido de una forma exponencial y que, tanto las cuidadoras como las personas que reciben cuidados, se han encontrado ante una importante improvisación y desprotección. En el ámbito del empleo de hogar y cuidados, donde se presta atención a cientos de miles de personas, es muy probable que haya sucedido lo mismo. Sin olvidar que decenas de miles de mujeres que trabajan en este sector no disfrutan de las mínimas condiciones de seguridad y legalidad, con las consecuencias personales que esta situación genera.
2/ La inmensa mayoría de las personas mayores en situación de fragilidad o dependencia, así como las personas de menor edad que tienen discapacidad, viven en su casa y han expresado con contundencia y de forma repetida, según las investigaciones sobre este tema, su deseo de continuar viviendo en ella y de seguir participando en su comunidad. Consideramos que, por tanto, es urgente e imprescindible avanzar en el diseño de una propuesta de atención integral en el domicilio que sea capaz de incorporar y coordinar los distintos papeles que cumplen los agentes implicados en esta atención: familias, servicios sociales en general y SAD en particular, atención primaria y especializada de salud, sector de empleo de hogar y cuidados, asistentes personales, voluntariado, servicios de proximidad e iniciativas de participación comunitaria.
3/ Es necesario disponer de un modelo de atención sociosanitaria integrada y centrada en las personas que viven en sus domicilios, desde la coordinación de aquellos servicios y apoyos necesarios para obtener la mejor calidad de vida de ellas y de su entorno familiar.  Los consensos científicos de organismos internacionales, como la OMS o la OCDE, así lo recomiendan y sugieren como metodología óptima y eficiente para llevar a cabo la gestión de casos (o coordinación de apoyos). Sin olvidar la necesaria sostenibilidad económica de las medidas que se emprendan, consideramos que debe avanzarse con determinación en este camino,  si queremos dar respuesta a los deseos de las personas y sus familias y evitar soluciones institucionales no deseadas. Ello exigirá un claro incremento presupuestario en este sector a corto plazo, si bien, a mediano plazo, se obtendrán importantes resultados de eficiencia en los cuidados prestados y mejoras en  la calidad de vida de las personas que los reciben.

Sobre el cuidado en centros residenciales
4/ Reconocemos y valoramos el esfuerzo “heroico” que están realizando los profesionales de los servicios residenciales en esta crisis, cuidando a las personas sin medios de protección y pagando el precio de un gran número de infectados. Las numerosas iniciativas de los centros que han decidido confinarse en equipo, quedándose a vivir con las personas hasta que esto pase, muestran la profesionalidad, el compromiso y la gran humanidad presente en este sector. Una decisión que debe ser reconocida y aplaudida.
5/ La escasez de profesionales y el carácter a menudo precario de las condiciones de trabajo en los servicios residenciales, algo ya sabido pero hasta la fecha no tomado como una prioridad social, es flagrante. Sin ser esta la condición única ni suficiente para garantizar la calidad de cuidados y apoyos, es una cuestión que debe ser seriamente considerada, como ya ha señalado el Defensor del Pueblo.
6/ Las personas que enferman en un centro residencial -en una situación como esta, de máxima gravedad- y siendo el principal grupo de riesgo, tienen derecho a la atención sanitaria pública por su condición de ciudadanos/as, tanto en atención primaria de salud como en especializada. No es admisible que sean privados/as de este derecho por su edad avanzada o por tener una gran discapacidad. El conjunto de los poderes públicos y, en particular, las CCAA que son quienes tienen la competencia de gestionar, financiar y/o de supervisar estas instituciones, deberán fortalecer los mecanismos de evaluación, supervisión y coordinación de las mismas para evitar situaciones indeseables como las que se han producido.
7/ Necesitamos un cambio en profundidad del modelo de alojamientos para personas mayores o personas con discapacidades que precisan apoyos para continuar con sus proyectos de vida. Es preciso que las alternativas de alojamiento que dispensen cuidados e intervenciones profesionales se orienten desde una atención centrada en las personas y no desde objetivos de mera custodia. La experiencia de otros países, avalada por décadas de desarrollo y evidencia científica, sugiere la bondad de desagregar los conceptos “vivienda” y “cuidados” haciendo depender cada uno de su ámbito competencial natural. Esta diferenciación, además de racionalizar el gasto en recursos destinados a los cuidados, nos alejaría definitivamente de los modelos institucionales. La vivienda garantiza espacio propio, intimidad; y en los entornos domésticos los cuidados y apoyos se ofrecen en función de las diferentes necesidades que genera el itinerario de cada situación de dependencia.
8/ Nos preocupa especialmente que, una vez concluida esta crisis sanitaria, se acabe priorizando la seguridad a costa de todo y se produzca un retorno al modelo institucional hospitalario como solución para el cuidado de las personas más dependientes que viven en centros residenciales. Una cosa es que las personas que allí vivan reciban la atención sanitaria que precisen y otra que las residencias acaben siendo hospitales. No podemos olvidar que habitualmente nuestro deseo es vivir “como en casa” cuando no es posible vivir en nuestro propio hogar. Existe sobrada evidencia científica que demuestra que las residencias tradicionales institucionales, donde se homogeneiza la atención, no ofrecen calidad de vida ni facilitan la participación, la contribución y la vida plena de las personas, ya que son lugares donde estas fácilmente pierden el control sobre ella. Los resultados demoledores de la evaluación de los centros psiquiátricos y asilos hace muchas décadas propiciaron la abolición de este tipo de instituciones. Es necesario apostar de una forma decidida por nuevos diseños arquitectónicos y nuevas fórmulas organizativas y de gestión lo más similares al hogar, donde se garantice la intimidad, se personalice el cuidado y se evite la continua rotación de profesionales, y donde el tiempo y las actividades se organicen pensando en las personas y en alimentar una vida con sentido. Es imprescindible apoyar y cuidar a los y las profesionales, dignificando su labor, supervisando el desarrollo de sus competencias de atención integral y relacional, invirtiendo en el cuidado de los equipos y en la mejora de las organizaciones. Esto no puede considerarse como algo superfluo y por tanto prescindible. Solo así podremos avanzar en el buen cuidado.
9/ Consideramos de especial importancia erradicar definitivamente los macrocentros y dejar de percibir como un lujo las habitaciones individuales. En los centros que almacenan personas, donde la mayoría de las habitaciones son compartidas, donde las personas permanecen casi todo el día en salas repletas de “internos” alineados, evitar el contagio cuando hay enfermedades fácilmente transmisibles, puede acabar siendo una misión imposible.  Pero no es este el único riesgo de este tipo de recursos. En ellos, conocer y tratar de una forma personalizada a quienes allí viven se puede acabar percibiendo como una utopía inalcanzable. Un riesgo que convierte lo cotidiano en un espacio adverso y perjudicial. Debemos, por tanto, trabajar por dejar atrás definitivamente este diseño residencial que responde a un modelo institucional del siglo XIX que ya ha sido abandonado hace décadas en otros países. Por ello, consideramos urgente que, desde el parque residencial que ahora existe, se generalice su tránsito hacia el cambio de modelo, contextualizándolo en la realidad concreta de cada centro.

Sobre los estereotipos en relación a la vejez y a la discapacidad
10/ Esta crisis también pone de manifiesto la existencia de numerosos y profundos estereotipos que todavía prevalecen y forjan una visión distorsionada, negativa y uniforme sobre las personas mayores, las personas con discapacidad y la vejez.
11/ Se repiten discursos que meten en el mismo “saco” de las personas mayores a un amplio grupo con características y necesidades muy diferentes. Unas, -la mayoría- son totalmente autónomas y no tienen problema alguno, mientras que otras se encuentran ciertamente en situaciones de gran vulnerabilidad y con necesidad de cuidados y protección. El mero hecho de haber cumplido cierta edad no las hace iguales. Esta es una narrativa que alimenta la pérdida de valor social de un grupo que se visualiza como uniforme y, esencialmente, no competente. Todo lo cual lleva a pensar en la vejez como una etapa vital que difumina las diferencias individuales, mientras que la evidencia gerontológica señala, justamente, todo lo contrario.
12/ Escuchamos y leemos comparecencias, noticias y redes sociales impregnadas de un lenguaje paternalista que apela a la lástima o a la obligación de devolver, como si de un favor se tratara, a “nuestros mayores”, a “nuestros abuelitos”, lo mucho que hicieron por la sociedad actual. Términos emocionales y seguramente bien intencionados que, sin embargo, delatan la ausencia de una mirada donde las personas de edad avanzada son, antes que nada, ciudadanas o ciudadanos adultos, con derechos y deberes.

13/ Algo similar sucede en relación a las personas con discapacidad, que frecuentemente son nombradas por sus patologías o déficits -también lo escuchamos repetidamente en esta crisis- lo que conduce a etiquetarlas en categorías vinculadas a sus carencias o dificultades, obviando su singularidad, sus fortalezas, así como su capacidad de contribuir a la sociedad.

14/ Las situaciones de amenaza que ponen en riesgo a las personas con mayor vulnerabilidad no deben suponer una pérdida de la consideración del valor y la competencia de estas. Todas las personas necesitan, necesitamos, un trato de igualdad con el resto de la ciudadanía. Homogeneizar, homegeneizarnos, aunque sea a través de valores como el "respeto" puede resultar muy peligroso. Todas las personas merecemos respeto y trato digno, cualquier sea nuestra edad o necesidad de apoyos.
15/ Por ello, consideramos también necesario realizar una profunda reflexión sobre nuestra mirada a la vejez, a las personas mayores y a la discapacidad, revisar nuestro lenguaje colectivo que continuamente estigmatiza e infantiliza a estas personas. La evidencia científica sitúa estas conductas en la base explicativa de los malos tratos. Porque nuestras palabras construyen y, también, contribuyen a crear un mundo mejor que todos y todas anhelamos.
Finalmente
16/ Consideramos que todo esto hace necesario la urgente revisión del actual modelo de atención a personas que precisan apoyos o cuidados para disfrutar de una vida plena, para dar respuestas diversas, globales y ecosistémicas y, con ello, el correspondiente escenario de financiación pública de los distintos servicios de apoyos y cuidados de larga duración, hoy día escaso y con notables diferencias entre los territorios autonómicos.

17/ Asimismo, quienes firmamos este documento, esperamos que esta crisis pueda convertirse en una oportunidad de lograr una mejor atención a las personas que la precisan, avanzando en la construcción de una sociedad de los cuidados donde el reconocimiento, la participación y el apoyo a quienes son más vulnerables, necesariamente se conviertan en un compromiso y en una prioridad social central.

Los abajo firmantes (figuran por orden alfabético), apoyan este documento a título personal. Asimismo, deseamos clarificar que ante la gran diversidad de representación del mundo asociativo hemos incorporado sólo a las organizaciones de personas mayores y de discapacidad de ámbito estatal. Desde el reconocimiento de la labor de otras muchas asociaciones y entidades de carácter autonómico y local, incluyendo las que realizan iniciativas de acción voluntaria en torno a las personas mayores o defienden sus derechos en calidad de familiares de afectados, invitamos a adherirse a esta declaración a todos quienes así lo deseen, enviando un correo donde se solicite la inclusión a esta lista inicial que por rapidez no se ha hecho más extensa, indicando: nombre, apellidos, profesión y centro/entidad de trabajo.  cambiomcuidadosesp@gmail.com


1. Abellán García, Antonio. Investigador. CSIC.
2. Amunarriz Pérez, Gerardo. Director General Matía Fundazioa.
3. Bermejo García, Lourdes. Dra. en Ciencias de la Educación. Consultora.
4. Bonafont Castillo, Anna. Enfermera. Profesora de Gerontología y Enfermería de la Facultad de Ciencias de Salud y Bienestar. U. Vic.
5. Comas Herrera, Adelina. Care Policy and Evaluation Centre (formerly Personal Social Services Research Unit, PSSRU). Department of Health Policy. London School of Economics and Political Science.
6. De Lorenzo García, Rafael. Jurista. Profesor titular de Trabajo Social. UNED.
7. Díaz Aledo, Loles. Periodista.
8. Díaz-Veiga, Pura. Psicóloga. Investigadora. Matía Instituto.
9. Durán Heras, Mª Ángeles. Ex-directora Departamento Análisis Socioeconómico, CSIC. Consultora
10. Fantova Azcoaga, Fernando. Consultor Social.
11. Goikoetxea Iturregui, Marije. Profesora de Ética. U. Deusto.
12. Hernández Gómez, Mercedes. Médica Atención Primaria.
13. Izal Fernández, María. Catedrática de Psicología. UAM
14. Kalache, Alexander. Ex-Director del Departamento de Envejecimiento y Curso de Vida de la OMS. Presidente International Longevity Centre Brazil (ILC-Brazil).
15. Lara Montero, Alfonso. Chief Executive Officer, European Social Network.
16. Lacasta Reoyo, Juan José. Trabajador Social. Consultor Organizacional. Presidente de DHO.
17. Leturia Arrazola, Francisco Javier. Psicólogo.
18. Martín Lesende, Iñaki. Médico Atención Primaria.
19. Martínez Gómez, Juan Manuel. Geriatra. Presidente de CEOMA.
20. Martínez Lozano, Isabel. Presidenta de HelpAge España.
21. Martínez Maroto, Antonio. Jurista Gerontólogo.
22. Martínez Rodríguez, Teresa. Psicóloga Gerontóloga. Principado de Asturias.
23. Montorio Cerrato, Ignacio. Catedrático de Psicología. UAM
24. Ortega Cachón, Iñaki. Director de Deusto Business School.
25. Pérez Bueno, Luis Cayo. Presidente del CERMI.
26. Pinazo Hernandis, Sacramento. Profesora Titular de Psicología. U. Valencia. Presidenta SVGG.
27. Ramos Feijóo, Clarisa. Profesora Dto. Trabajo Social y Servicios Sociales. U. Alicante.
28. Regato Pajares, Pilar. Médica Atención Primaria.
29. Ribera Casado, José Manuel. Catedrático emérito de Geriatría. U. Complutense.
30. Rodríguez Cabrero, Gregorio. Catedrático de Sociología de la U. Alcalá.
31. Rodríguez Rodríguez, Pilar. Gerontóloga. Presidenta Fundación Pilares para la Autonomía Personal.
32. Sancho Castiello, Mayte. Psicóloga Gerontóloga.
33. Seoane Rodríguez, José Antonio. Catedrático de Filosofía del Derecho. U. da Coruña.
34. Tamarit Cuadrado, Javier. Psicólogo. Plena Inclusión España.
35. Tricio Gómez, Paca. Presidenta de UDP.
36. Vela Caudevilla, Juan. Trabajador y Educador Social. Presidente Federación Lares.
37. Villar Posada, Feliciano. Catedrático de Psicología del Envejecimiento. U. Barcelona.
38. Zalakain Hernández, Joseba. Director del SIIS.
39. Zunzunegui, Viki. Catedrática de Epidemiología. Escuela de Salud Pública, U. Montreal. 
Sigue....


2 de febrero de 2020

Vida significativa en residencias de personas mayores. Por Teresa Martínez




Las personas queremos envejecer en casa, incluso llegada la situación de precisar cuidados de una forma mantenida. Esta es una preferencia repetidamente expresada por la ciudadanía y una directriz internacionalmente consensuada que debe orientar el diseño de las políticas sociosanitarias en la atención a la dependencia.

Sin embargo, vivir en casa no siempre es posible ni tan siquiera la mejor opción. Los recursos residenciales siguen y seguirán siendo necesarios aunque no sean la prioridad en el modelo de protección social y en la provisión de cuidados. Las residencias son especialmente necesarias cuando el cuidado se torna complejo, como es el caso de las personas con una demencia avanzada o cuando presentan importantes problemas de salud. Una tendencia que ya se viene observando en los países más desarrollados.

Optar por vivir en un centro residencial no suele ser una decisión sencilla. Implica un tránsito importante en la vida y con frecuencia es una opción que se toma cuando ya no queda más remedio. Habitualmente, cuando la persona tiene una demencia, es una decisión que corresponde a los familiares más cercanos, en ocasiones tras un largo proceso de cuidados, no exento de renuncias personales, dificultades y grandes dudas.

En ocasiones, el traslado a una residencia hace sentir a la persona que su vida se ha agotado, que este tránsito es algo así como el paso a la sala de espera de la muerte. Freeman hace referencia al “cierre narrativo¨ que se produce cuando la persona al irse a vivir a una residencia siente que su vida ha acabado y, por tanto, su relato en relación al presente-futuro no existe o carece de sentido. Una situación que conduce a la pérdida de la identidad personal, a la desesperanza y al abandono vital.




Creo que es necesario preguntarnos hasta qué punto esta percepción que algunas personas expresan cuando van a vivir a residencias, tiene que ver, al menos en parte, con el modelo de vida y cuidados que desde estos servicios venimos dispensando.

La misión de las residencias suele ser definida como la de proporcionar alojamiento y servicios diversos durante las 24 horas del día a las personas que ya no pueden permanecer en sus casas. Una definición que mi juicio es francamente limitada al ignorar o no enfatizar que los servicios que incluyen la atención residencial no son el fin último sino que deben ser considerados como medios o apoyos para que las personas puedan seguir desarrollando vidas deseadas y significativas.

La Atención Gerontológica Centrada en la Persona busca que las personas mayores no pierdan el control sobre su vida por el hecho de precisar cuidados. Este enfoque defiende y pretende brindar apoyos para que las personas puedan tomar una parte activa en su atención y disfrutar de una vida que tenga sentido, que merezca la pena ser vivida.También cuando éstas viven en residencias, donde muchas de ellas tienen distintos grados y tipos de deterioro cognitivo.

Que una persona no tenga competencia suficiente para reflexionar sobre  el sentido de  su vida y decidir cómo dirigirla, no debería interpretarse como la ausencia de un proyecto vital propio y  del derecho a seguir disfrutando una vida  acorde al mismo. Un proyecto de vida que por las importantes dificultades en cuanto a la introspección y auto-dirección debe ser orientado y conducido con la guía y el apoyo de quienes cuidan y acompañan, pero desde  el respeto a la identidad personal, a los valores subjetivos, y siempre  orientado a la búsqueda de un modo de vida que permita oportunidades de bienestar.

Desde la ACP se defiende e impulsa que los servicios residenciales se parezcan y permitan un modo de vida similar al de una casa (modelo hogareño o housing) donde las personas puedan seguir con sus modos de vida, mantener relaciones sociales significativas y tener control sobre su día a día. Algo que difícilmente puede conseguirse con los modelos tradicionales e institucionales donde las biografías individuales tienen el riesgo de ser borradas. Modelos institucionales ya obsoletos pero todavía muy habituales en los que la atención se que se organiza desde una  mirada exclusivamente centrada en la carencia, en  la enfermedad, y donde las normas se dictan buscando el cumplimiento de las tareas y otras cuestiones organizativas antes que las necesidades y las preferencias de las personas.

Para ello es imprescindible avanzar hacia nuevos modelos arquitectónicos, funcionales y organizacionales donde las residencias sean lugares de vida, espacios de interacción cotidiana hogareña, alejados de las  rutinas y los ambientes institucionales, donde los cuidados personales, los servicios profesionales y la actividad cotidiana partan de reconocer a las personas como seres valiosos, dueñas de una vida propia que necesariamente ha de ser respetada y apoyada.

Apoyar los proyectos de vida de quienes reciben cuidados y viven en residencias implica necesariamente en primer lugar reconocer el valor y la singularidad de cada persona. Para ello es necesario conocerla y apreciarla desde su continuidad vital, desde sus dificultades pero también desde sus logros y  capacidades. Es necesario, además, ofrecer planes personalizados de atención donde la persona apoyada si así lo desea por su círculo familiar y social próximo pueda participar y co-decidir junto con los profesionales, para así construir un entorno de cuidados que de modo flexible se adapte a sus necesidades, preferencias y deseos.




Desde este blog quiero  contribuir a la difusión de un proyecto desarrollado por la Gerencia de Servicios Sociales de la Junta de Castilla y León, en el que he tenido el honor de participar junto con otros expertos y expertas, responsables de servicios y profesionales de atención directa,  destinado a elaborar una conjunto  de herramientas para  facilitar  la aplicación del Servicio de activación al proyecto de vida que se contempla  como una prestación incluida en  el catálogo de servicios sociales. Concretamente se han editado cuatro guías destinadas a hacer efectivo este importante y novedoso servicio en diferentes entornos de atención y cuidados.


La guía en cuya elaboración he participado ha sido la dedicada al entorno residencial de personas mayores y lleva por título “Guía para activar el proyecto de vida de personas mayores en entornos residenciales”, la cual, además, ha sido traducida al inglés.


Esta guía ofrece, en primer lugar, un marco teórico donde se presentan de una forma sencilla las ideas y  conocimientos fundamentales en relación al sentido y proyecto de vida,  su caracterización en la vejez y cómo pueden estos conceptos ser interpretados cuando existe  un deterioro cognitivo avanzado así como el efecto que puede tener en ellos el hecho de vivir en un entorno residencial. En  el documento se propone una metodología, previamente pilotada en un centro,  para trasladar un marco de apoyo a los proyectos de vida de las personas mayores en el  ámbito residencial. Finamente en la guía se incluye un amplio anexo en el que figuran instrumentos de intervención y evaluación, recomendaciones para la buena praxis profesional así como una selección de iniciativas de interés que se vienen realizando en centros de esta comunidad autónoma comprometidos en avanzar hacia servicios orientados a las personas.







Quiero acabar esta entrada expresando mi agradecimiento a los responsables de este proyecto, especialmente a José Miguel Sánchez, por haber confiado en mí la redacción de esta guía así como destacar la magnífica colaboración mantenida con el equipo técnico del área de mayores, concretamente con Rosa Fraile y con Ana Rodríguez así como con Carlos Salgado, profesor de la Universidad de Valladolid, a lo largo de todo este proceso, meses de intenso trabajo y reflexión.

Mi reconocimiento también al magnífico equipo del centro de personas mayores de San Roque (Villalón de Campos) que en todo momento ha mantenido no solo la mejor colaboración posible en este proyecto sino su firme compromiso con avanzar hacia una atención centrada en las personas, demostrando que este cambio es posible si realmente se cree en él y se apuesta por ello.

Ha sido un placer colaborar con todos vosotros y vosotras compartiendo una espléndida oportunidad de profundización y aprendizaje.

Esperamos que esta guía sirva para seguir avanzando en entornos residenciales realmente personalizados, acercándonos, comprendiendo y apoyando lo que para las personas mayores que allí viven y conviven es realmente importante y alimenta una vida con sentido. Porque esta es la esencia de una atención centrada en la persona.