19 de febrero de 2017

Las palabras sí importan. Por Teresa Martínez



          El cambio hacia las propuestas de una atención centrada en las personas hace necesario, en  muchos casos, avanzar hacia una nueva cultura en la atención y en los cuidados.

      Ello significa contemplar la atención como un sistema donde interactúan distintos agentes (personas mayores, familias, profesionales…) y en el que toman parte numerosos y muy diversos elementos (valores, conocimientos, creencias, expectativas, motivaciones, actuaciones, dinámicas relacionales y organizacionales, etc.). Un marco realmente complejo.
     
     En todo esto, el lenguaje de la organización desempeña un papel realmente  importante. El lenguaje que se emplea en el día a día entre los profesionales, las denominaciones que se dedican a las personas, a los procedimientos, a las actividades, a los objetos, etc., dan forma, vehiculan y refuerzan la forma de ver a quien se cuida, afianzando ciertas creencias y percepciones sobre la vejez, los cuidados, las personas mayores o las familias.



     El lenguaje tiene un gran poder. Es un elemento de primer orden en la configuración de la cultura organizacional. Revisar y analizar nuestro lenguaje nos permite “vernos” como individuos, como profesionales, como equipos y  como organización. Ello, a su vez, puede ayudar a generar reflexión, transformación, coherencia (entre lo que declaramos hacer y lo que hacemos) y contribuir así a la mejora de los servicios.

     Muchas de las expresiones que utilizamos en el día a día deberían ser revisadas, y en su caso, sustituidas por un lenguaje coherente a la ACP; algunas se refieren a las personas mayores, a sus características y comportamientos, otras a sus familias, a los procedimientos de trabajo o a los elementos de entorno. Pongamos algunos ejemplos y veamos qué implicaciones tiene este tipo de lenguaje en la visión de las personas y en el trato o atención. 

      
     Cuando nos referimos a las personas con expresiones como “los demenciados”, “los de la dieta turmix”, “los de sillas de ruedas”, "los encamados", “la alzheimer de la 321”, “los válidos", "los asistidos”, “el grupo de los severos”…estamos reduciendo la condición de persona a una circunstancia, y además las estamos  etiquetando al ignorar sus diferencias individuales. 

     Si utilizamos términos tan habituales en relación a las personas con demencia como el de “control de errantes”, “deambulación errante” o "vagabundeo"…  acaberemos viendo a éstas como si fueran zombis, como alguien que ha perdido toda esencia humana y, en consecuencia,  estaremos limitando la posibilidad de encontrar alguna lógica en el comportamiento de quien tiene un deterioro cognitivo. Evidentemente, el trato no es igual a una persona que a un cuerpo que ha perdido esta consideración.

     Cuando hablamos de las familias y las calificamos como "familia problemática” o “hija conflictiva”, usamos etiquetas negativas que refuerzan la creencia nihilista de que en estos casos no merece la pena invertir esfuerzos.

     Si empleamos términos como “babero” o “pañal”, estamos consolidando una percepción colectiva de que las personas mayores dependientes son como los niños.

      Estos son solo algunos ejemplos compartidos en sesiones reflexivo/formativas realizadas con profesionales de centros de atención a personas mayores. El listado (si hacéis la prueba lo comprobaréis) es inmenso.

     Tomemos consciencia de ello. Porque la forma en la que hablamos es un  espejo que refleja nuestra visión, individual y colectiva de lo que pensamos, sentimos y hacemos, muestra nuestros modos de relacionarnos  con las personas a quienes cuidamos.


     
     El chequeo del lenguaje de la organización es una práctica muy recomendable. Para avanzar hacia las propuestas de la ACP yo diría que es un ejercicio indispensable ya que nos permite identificar algunas de las creencias y actitudes sobre las que deberemos intervenir. Porque según vemos, tratamos. Obviamente hemos de evitar quedarnos en elaborar un listado de nuevas expresiones tras un ejercicio automático de sustitución de palabras. Se trata de generar procesos de reflexión sobre lo que supone hablar de una u otra forma, optando por lo mejor y más coherente, para así construir un nuevo lenguaje que sea signo de otra mirada. Una mirada que dé visibilidad y evite la discriminación de quienes precisan ayuda, una mirada coherente con la buena praxis y el profundo respeto hacia quien se encuentra en una situación de gran vulnerabilidad.

     Distintas entidades que progresan hacia la mejora de la calidad de los servicios y su atención apostando por la ACP han difundido pautas para un buen uso del lenguaje. Existen distintas publicaciones que pretenden generar reflexión sobre el poder del lenguaje y su adecuado uso en la atención a las personas con demencia. En este sentido cabe mencionar la guía editada por CEAFA para un buen uso del lenguaje en relación a la demencia,  la australiana Alzheimer’s Australia Language Guidelines, o la  elaborada por  la alianza británica de asociaciones  de demencia Dementia Action Alliance (AAD). También tienen un alto interés las consideraciones realizadas por la Alternativa Eden o por ThePioneer Network en relación a la influencia del lenguaje en el cambio cultural del modelo residencial, identificando lo que han denominado “términos institucionales” a la par de proponer expresiones alternativas a los mismos.  


     Las palabras sí importan. Importan en todos los terrenos de la vida: en la familia, en las relaciones interpersonales,  en el trabajo, en los negocios, en el arte o en el amor. En los procesos de cambio y aprendizaje el lenguaje es un aliado imprescindible. El lenguaje no es algo baladí, su modo de utilización no resulta inocuo. En el contexto de los cuidados, las palabras tienen un efecto y poder decisivo. Os invito a ser conscientes de ello, fomentado un vocabulario y lenguaje realmente centrado en las personas, convirtiendo nuestras palabras en vehículos del respeto y del buen hacer.