30 de mayo de 2016

Atención centrada en la persona... y los profesionales ¿qué?. Por Teresa Martínez



   La atención centrada en la persona significa situar a la persona usuaria en el lugar central del proceso de cuidados o intervención. Pretende que las decisiones y la organización del servicio se tomen  y se orienten desde las necesidades, derechos y preferencias de las personas y que la praxis profesional sea coherente a una visión del buen cuidado donde se destaca la atención personalizada y la flexibilidad frente al trato uniforme y protocolizado derivado del  concepto de enfermedad y déficit.

    Este enfoque no ha de interpretarse como una infravaloración del papel de los/as  profesionales ni debe conducir a ignorar sus necesidades. Todo lo contrario. Desde la ACP el conjunto de profesionales se reconoce como un elemento imprescindible que hay que valorar y apoyar.

    Dawn Brooker, discípula de Tom Kitwood y miembro del Grupo de demencias de la Universidad de Bradford desde donde se impulsa desde hace décadas este enfoque de atención aplicada a las personas con demencia, formula en su modelo VIPS cinco componentes de la ACP (Valoración, Individualización, Perspectiva de la persona y Entorno Social). Su primer componente, la V, hace referencia, precisamente, a la necesidad de poner en valor tanto a la persona con demencia como a quienes la cuidan y acompañan (profesionales o familiares).


   
    Desde la ACP se enfatiza la relevancia de diversos profesionales pero desde un rol diferente al tradicional, donde el acompañamiento y el empoderamiento de las personas que precisan apoyos sustituyen a modos de hacer directivos. Quiero destacar dos de los cambios que, a mi juicio, deben ser asumidos cuando se cuida o interviene desde la ACP.

   El primero tiene que ver con la posición de poder de los profesionales respecto a las personas usuarias. Del  paternalismo (cuando el experto decide por el que no sabe o sabe poco…) se pasa al apoyo de la autodeterminación de las personas.  Los profesionales pasan de “hacer por” a “hacer con y para…”, de “decidir por” a “decidir con y para…”. Se puede decir que dejan de ser expertos/as prescriptores para ser expertos/as “capacitadores, acompañantes, veladores de derechos y buscadores de apoyos”. En estos nuevos roles cobra gran importancia el despliegue de habilidades relacionales con la escucha activa, con la comunicación potenciadora (no detractora) o con saber identificar y proporcionar oportunidades y apoyos capacitadores.

   El segundo tiene que ver con un enmarque diferente de los objetivos clínicos/terapéuticos. Pasan de ser  objetivos  únicos o prioritarios en los planes de intervención a englobarse en el proyecto de vida deseado por cada persona. En la ACP estos objetivos, que en algunos casos pueden seguir siendo muy importantes, se  contextualizan desde  la calidad de vida de cada individuo, desde su bienestar subjetivo y desde su derecho a decidir.



 La ACP, un enfoque beneficioso para todos

    Cada vez existe mayor evidencia científica sobre los beneficios que aportan los modelos orientados desde la ACP en  los servicios gerontológicos. Efectos positivos que han sido descritos tanto en relación a las personas mayores usuarias como para las  familias y los/as profesionales y, en consecuencia también para las organizaciones o empresas.

    Distintas investigaciones señalan los beneficios de la ACP para las personas mayores, especialmente para aquéllas que presentan altos niveles de dependencia o un importante deterioro cognitivo. Efectos que atañen, sobre todo, a mejoras en dimensiones de calidad de vida y en bienestar subjetivo, como por ejemplo la reducción de la agitación en las personas con demencia (Chenoweth et al., 2009, 2014).

    Por otra parte diferentes estudios muestran efectos positivos para los profesionales que se adhieren y trabajan desde estos modelos frente a quienes lo hacen en modelos institucionales tradicionales (Van del Pol-Grevelink, Jukema, & Smits, 2012). Los beneficios más citados son: mayor satisfacción laboral, reducción del estrés laboral y además, una menor  incidencia del síndrome del quemado o burnout que se describe por la presencia de tres factores: alto agotamiento emocional, tendencia al trato despersonalizado y baja realización personal en el trabajo.

    Edvardsson, Sandman, & Borell (2014) analizaron los efectos en los profesionales de la aplicación del programa de implementación en Suecia de las guías nacionales de demencias para facilitar la aplicación de la ACP en residencias. Encontraron que la aplicación de estos modelos incrementó la satisfacción laboral de los profesionales y redujo el  denominado “estrés de conciencia”, el cual se define como el malestar derivado de problemas de conciencia cuando se cuida de un modo que no se considera adecuado. Este tipo de estrés ha sido asociado al burnout (Juthber et al., 2010; Glasberg et al., 2006), de modo que cabría afirmar que cuidar en contra de la consideración moral de lo “que está bien” es una importante fuente de estrés y acaba “quemando” a los profesionales. En este sentido, los modelos ACP pueden actuar previniendo el  burnout de quienes cuidan.

 
     
   Y algo muy importante. No deberíamos perder de vista que una parte no desdeñable de los conflictos que se producen en los centros (entre profesionales y personas usuarias o familias, entre los propios profesionales…) tiene mucho que ver con los modelos de atención existentes. La atención y los sistemas organizativos institucionales donde la orientación a las personas es escasa, donde se prima el protocolo y la uniformidad, donde las personas opinan y deciden sobre muy pocas cosas y  donde no hay tiempo para conversar, acaban siendo altamente nocivos no solo para las personas usuarias sino también para quienes allí trabajan. El clima laboral de estos centros suele ser negativo, los profesionales tienden a implicarse poco, solo asumen las tareas mínimas exigibles, no actúan desde la proactividad, el desarrollo personal y la creatividad se ven mermadas, las relaciones de confianza se pierden  y la comunicación fluida y positiva (entre ellos, con los superiores, con las familias, con las personas usuarias…) brilla por su ausencia. Un caldo de cultivo ideal para generar y enquistar conflictos, que una vez que se producen, pueden llegar a ser asuntos muy difíciles de reconducir.

    La ACP, sin ser la panacea para superar todas las dificultades inherentes a la intervención social, realidad siempre compleja, contribuye a generar ambientes de trabajo más sanos y organizaciones más amigables que propician el desarrollo de las personas usuarias, las familias y los/as profesionales. Busca el equilibrio entre las necesidades de las personas y los criterios organizativos, procurando soluciones desde la deliberación y el consenso, desde la escucha y la cooperación, facilitando de este modo un mejor clima. Todo ello reporta  beneficios para las propias entidades  (privadas y públicas) al prevenir algunos efectos negativos (bajas laborales, abandonos, conflictos, plazas no ocupadas…) que obviamente no están exentos de costes económicos y psicosociales. En la documentación disponible por  la Red Pioneer se puede consultar documentos que muestran, en esta línea, resultados muy interesantes.



 Defender la calidad de los servicios

    Quiero acabar esta entrada refiriéndome a algunas declaraciones realizadas en defensa de la calidad/dignidad de los servicios de atención a personas mayores. En ocasiones las  reclamaciones o denuncias se centran principalmente en la  insuficiencia de las ratios profesionales, y creo que con independencia de que esta defensa sea muy necesaria en los tiempos que corren, sería deseable que no se limitara solo a este aspecto. Es importante que en la reivindicación no se pierda el horizonte de la complejidad implícita al logro de unos cuidados dignos, donde la existencia y defensa de un modelo referente (conceptual y organizativamente) es primordial para guiar y garantizar la calidad de la atención dispensada.

    La suficiencia y la cualificación de los/as profesionales son requisitos necesarios para garantizar una buena atención, y por tanto, deben estar contempladas claramente en las normativas reguladoras de los servicios evitando mermas en la calidad asistencial. Sin embargo, aun siendo condiciones necesarias no son suficientes para lograr una buena atención. Una ratio de profesionales suficiente es una condición habitualmente señalada en relación a la calidad asistencial;  no obstante algunos estudios indican que la ratio asistencial no mantiene una relación lineal con el bienestar y calidad de vida de las personas usuarias, ya que el aumento progresivo de plantilla no se relaciona de forma directa con la calidad y el tipo de atención dispensada (Rosvik, Engedal, & Kirkevold, 2014).

    Si el incremento y la cualificación de los recursos humanos no se conducen  desde un modelo de atención y un sistema organizativo que ponga en valor a las personas, que humanice la atención, que favorezca un buen clima laboral, quedan en meros logros laborales con escasa capacidad para mejorar la calidad de la atención. 

   Por todo ello, es fundamental defender un  modelo de atención que respetando la dignidad de las personas usuarias, así como la de los profesionales,  ponga a las primeras en el centro, defienda su condición de ciudadanos/as, sus derechos, y vele por una atención personalizada conforme a su singularidad y a sus preferencias. Un modelo que, con recursos humanos suficientes y cualificados, oriente la formación y el  desarrollo  de una buena praxis profesional.
    
   Debemos evitar que en el debate sobre la calidad de los servicios de cuidados de larga duración se hagan análisis sesgados, que las reclamaciones se queden en demandas, que aunque sean justas y necesarias, sean parciales y corporativas. Creo que sobre todo hemos de  evitar el riesgo de alentar el dilema entre qué es lo primero, las personas usuarias o los profesionales. El bienestar de ambos es necesario para poder hablar de buen cuidado, para lo que hay que contemplar las distintas necesidades de todos los actores (no solo las necesidades relacionadas con el tener sino también con las necesidades de ser, hacer y estar).

    Debemos avanzar y defender modelos de cuidados humanizados tomando conciencia de que las personas que conviven y se relacionan en un servicio (mayores, profesionales y familias) comparten vida, relaciones y afectos. Entender que invertir en mejorar las relaciones interpersonales y otorgar medios y tiempos para ello no es un lujo.
    
   Para ello hacen falta organizaciones y responsables, tanto  el ámbito público como en el  privado, que lo hagan posible y que confien en las personas. Que apoyen a los buenos profesionales, que son muchos y muchas, que éstos sean suficientes, que estén bien formados,  y que se sientan implicados, reconocidos y apoyados. Hacen falta apuestas de administraciones públicas en nuestro país que con valentía lideren un necesario proceso de cambio.